Porque los pensamientos no se leen, primero se escuchan, luego se escriben, y entonces sì, se leen.

jueves, octubre 25, 2012

Anecdotario del pollo. De vikingos e italianos



La cosa en España está difícil. Y por la “cosa” todo mexicano entiende que me refiero a “la situación”. Estoy seguro que en un futuro cuando la historia se escriba, se analizará la gran crisis del 2008-2016 y su impacto en la sociedad, economía, política, etc. Se dirán intelectualadas como “…la expresión artística de ese periodo se ve claramente influenciada por el entorno asfixiante de…”. Y creo que escribo eso solo para sentirme parte de esa “expresión artística de ese periodo” aunque los críticos intelectualoides nunca vayan a saber de mí, que apenas soy un mero artista wannabe. Dada entonces “la cosa”, tengo que aprovechar y sacarle jugo a la oportunidad que tengo de estar por acá, porque “la cosa”, como en la película homónima, me va a acabar fagocitando a mí también tarde que temprano.
Así pues. Hay que pasarla bien. Tuvimos a bien entonces, ir a celebrar el cumpleaños de una amiga a Tossa de Mar. Un pequeño punto dentro del mapa de la región catalana, que es de película (literal, estaban rodando al menos algo que involucraba actores y extras). Se trata de un pueblo, con una playita rematada por un lado con un castillo donde aún viven personas, y por el otro, por una pequeña alberca natural. No hay mayor cosa que hacer más que pasear, ir a la playa, nadar en la alberca, ver la salida de la luna desde el castillo, comer una exquisita paella de arroz negro, tomar cervecitas en alguna terraza y llevar las cosas con calma. Ya por la noche, se puede pasar de ese lugar idílico a Lloret de mar, el siguiente pueblo, y que puede ser descrito como Sodoma y Gomorra. Este es un lugar que se distingue por la fiesta, y por tanto hay un montón de turistas empedernidos hasta las chanclas, normalmente ingleses/as, festejando despedidas de solteros/as. Este tipo de lugares es peligroso para gente como yo, o mejor dicho para gente que va en la situación en la que yo iba. Fui solo con (no es por presumir), dos colombianas de muy buen ver (muy muy)...(bueno sí estoy presumiendo), que para salir se vistieron espectaculares, y que es justamente por ello que se vuelve peligroso el asunto, porque de pronto me veo rodeado de un montón de borrachos de casi 2 metros de alto que ven que tengo dos amigas y yo solo soy uno, así que tuve que estar cuidando a las dos de perversos borrachos (por no decir buitres) con intenciones muy poco morales, pero no pasó nada, debió haber sido por la imagen de fiera salvaje que tengo (..aja..). Tan guapas se veían mis amigas, que en todos lados nos trataron como reyes, “Hey! A este trago le falta tequila!”- faltaba más, ya traemos la botella- , “Esta fila está muy larga y queremos entrar” - discúlpennos, pasen por aquí- , “Qué clase de Gyn es este? Quiero Hendricks!” – Lo lamentamos, ya mandamos fusilar al mesero -. Me la pasé tan pero tan bien ese fin de semana, que será difícil regresar ahí sin nostalgia, máxime, que a mis amigas las extraño un montón porque ya se fueron de vuelta a su tierra… pero esa es una de las contras que tiene andar viviendo a lo Ian Wright.
Fuera del planeta Catalunya y de la península ibérica, continua Europa (Álvaro alguna vez me enseñó a respetar al lector y no ofenderlo al explicar estas obviedades, espero no haber insultado a nadie). Así que aprovechando la hospitalidad de mi compi italiana de piso, Rosana Buffolino, nos fuimos a su tierra, específicamente a Santa Agatha de Goti, pueblito al sur de la bota dentro de la región de Campania. Para llegar ahí, lo más cercano es la ciudad de Nápoles.  Así que ese fue el primer punto de interés. Una ciudad caótica, que en algunos puntos pudiera pasar por una de las calles más maltrechas del centro potosino con baches y una que otra casa derruida; qué horrible comparación, pero de verdad a veces se me salían las lágrimas de nostalgia al ver que algún conductor incauto caía en un bache y maldecía por ello. Dentro de mi cultura de maratón, algo sabía de Nápoles, sobre todo el tema de la basura, que de verdad es alarmante, montones y montones de basura se acumulan por todos lados, y es interesante saber que es debido a la camorra, ya que no deja que nadie la recoja a menos que sean ellos y como el gobierno no les quiere pagar, tienen copada la ciudad y básicamente mantiene una lucha de poderes, tan es así, que en el barrio español (llamado así por otros tiempos en que los ibéricos vivían ahí) si vas en moto, has de quitarte el casco, y es que la camorra necesita ver quien circula por ahí, los pone nerviosos no saber quien se esconde bajo el casco.

El ambiente por ahí es un tanto denso, aunque nosotros solo pasamos por ahí de refilón aconsejados por Rossaneta que era la amiga de Rosana que fungía como guía en turno. Paseamos por la famosa calle de vía Toledo, para acabar en la bahía del golfo que es coronada por el castillo dell’Ovo y adornada con el Vesubio en el fondo. De ahí pasamos a la plaza Plebiscito que es donde se encuentra el palacio real y la basílica de San Francisco de Paula, y que en conjunto hacen una bonita postal. Llegamos caminando a la Galleria Umberto, (que es una copia de la Galleria Vittorio de Milán), donde pudimos probar unas delicias panaderas llamadas babá rum con nutella, que son unos pastelitos envinados con un cucharadón de nutella…no pude resistir embutirme tres mientras un vendedor de cuernos rojo para la buena suerte nos relataba lo importante que era llevar uno de esos, por si sí o si no, le compré uno. Como el clima no era el mejor, y estábamos un poco cansados del trajín del viaje, fuimos a cenar pizza, no sin antes haber sido víctimas de casi un atraco en el camión. Qué magnífico resulta el sentarse a comer una pizza margherita con mozzarela, porque para empezar no se puede comer con la mano ya que la pizza es de alguna manera caldosa, pero no se vuelve una cosa aguada y sin forma, una verdadera delicia que no tiene nada que ver con el concepto de pizza fast food de 3 minutos en el horno. Y no se quedó atrás la pizza fritta (literal como se oye) de prosciutto y gorgonzola, que tiene un sabor bastante fuerte.

De Nápoles fuimos a Salerno y la costa amalfitana. Lugares bastante bonitos de ver. En Amalfi por ejemplo está la iglesia donde tienen la cabeza de San Andrés Apóstol. Este tipo de souvenirs religiosos, me causan demasiado morbo. Se me hace un poco grotesco pensar que tienen la cabeza, porque en realidad ha de ser el puro cráneo, aunque me resulta fácil imaginar una cabeza en formol como las que tienen en la facultad de medicina. En fin, que es bonita la iglesia y el pueblito, donde se hace un licor llamado Limoncello y que sabe a cáscara de limón con alcohol del 96 que no me gustó nada.
Y ya estando en la zona, es inevitable no darse una vuelta por el lugar donde se llevaron a cabo los juegos infantiles extremos. Pompeya, capital mundial de las estatuas de marfil extremas. Por alguna razón (ignorancia), me imaginaba a Pompeya, más ‘’lavosa’’, más derretida pues. Edificios de piedra pero con acabado de vela de parroquia local. Y va a ser que no, en realidad es como si fuera un pueblo fantasma, eso sí bastante grande, y que aún tiene por testigo allá en el fondo decorando el horizonte al Vesubio. Es algo diferente de ver, porque lo que sí tiene es a las personas petrificadas, de las que ya sabía porque mi abuela siempre sorprendida por el hecho, me contó alguna vez hace muchos años. El conjunto apocalíptico del pueblo resulta bonito y acogedor.

Habiendo dado tremendo rodeo, nos dirigimos finalmente a Santa Agata d’Goti a la casa de nuestra amiga Rosana donde nos recibieron con brazos abiertos y platos llenos. Gnocchis, lasagna, pasta con mejillones, tarta de pera, todo delicioso y local…casi demasiado literal. La casa de Rosana está en la montaña, por lo que tienen su propio huerto, cultivando así, jitomates, albahaca, aceitunas, uvas. Con ello cocinan, hacen su propio aceite de oliva, y su vino; blanco y rojo. El dulce vino blanco de la casa Buffolino es una delicia; directo del refrigerador resulta peligroso, porque me lo empezaba a empinar alegremente como si fuera agua. La cultura de comer en Italia (al menos en el sur) es curiosa, es una actividad que puede llevar hasta tres horas. Te sientas a comer, y sirven el primer plato, acabando hay como un break, donde puedes retirarte, ir a leer un poco y regresar por el segundo plato o quedarte a
platicar, lo mismo pasa a la hora del postre y el café, sin embargo el ritual me gustó mucho, porque da espacio a convivir durante la comida, y no como nosotros que estamos acostumbrados a convivir después de ella, en la tertulia de sobremesa donde se come cristiano. Por platicar, estoy siendo un poco generoso, porque Rosana era la única que podía traducir todo y la pobre se estaba volviendo loca, así que de vez en cuando se retiraba, y entre señas y un mal italo-español nos comunicábamos con los papás. La vestimenta, al igual que la comida, es un tema importante en Italia, esto lo pudimos constatar cuando a la casa llegó de visita Genaro, un amigo del hermano de Rosana. El tipo llegó vestido de pantalón de vestir, zapato boleado, camisa blanca, un saco adornado con pañuelo y con un bigotito un poco a lo Pedro Infante. De verdad yo pensé que tenían boda o algo, pero resultó que no, que así se viste normalmente. Cuando fuimos a tomarnos algo al pueblo pudimos ver que no era el único… en cambio uno con los trapos de toda la vida, pues desentona bastante. Otra cosa que resulta curiosa, es que los italianos hablan a gritos, íbamos por la calle y escuchamos a un estarle gritando a una señora, un poco alterado por el tema, le pregunté a Rosana que de qué discutían - ¿Discutir? No!, le está diciendo buenos días y preguntando cómo le fue ayer -, y ella que es lingüista, me explicaba que es probablemente porque la gente de campo, tiene mucho espacio y es normal gritarse de casa a casa, así que como que ya se les hizo costumbre.

El patrono de este pueblo de baldosas blancas es San Alfonso, que desde que lo vi, pensé más bien que era el ídolo de México, Cuauhtémoc Blanco, porque al santito no le han hecho ningún favor y lo han reproducido fielmente como era: camellín, jorobadito pues. También tienen un claustro de esos de la vieja escuela, donde hay monjitas que no han visto luz en 70 años, y con las que no se puede hablar, simplemente se les deja comida o cosas en una especie de mesa rotatoria. Dan ganas de hacer alguna travesura y dejarles algo perverso, pero soy muy prudente para ello. Y aunque el pueblo se ve tranquilo, un señor se ha dado a la tarea de escavar su casa y sacar a la luz las mazmorras en donde la santa inquisición hizo de las suyas, pero no vi sillas de judas, así que de tehuacanasos no han de haber pasado. Acabamos de conocer el pueblo a pata, mientras disfrutábamos de unas tortas de algún embutido italiano con queso, que nos prepararon directamente en la carnicería, porque en cualquier carnicería tienen pan, así que te metes y pides tortas de embutido, finalmente el domingo fuimos misa en donde fue imposible evitar que estando hablada en italiano, me acordara de la película del padrino en la escena final, al más puro estilo de Michael Corleone, yo me imaginaba que mientras estábamos en misa medio pueblo estaba siendo asesinado.

También me fui a Suecia. No estaba planeado. Me acosté en mi cama un viernes y tonteando en internet, compré un boleto para el día siguiente a un lugar llamado Skavsta. En un lapsus de madurez, una neurona hizo sinapsis y me recomendó hacer una reserva de un hotel y comprar alguna guía para el lugar de destino. Estocolmo.

¿Qué sé de Suecia?¿Qué sé de Estocolmo? Poco, por no decir nada. Conozco a Ibrahimovich y Larsson, conozco a Lisbeth Salander (grrrr), conozco los Nobel y sé también que en Suecia hay suecas. Fuera de eso, creo que esperaba un lugar lleno de personas espectacularmente altas y rubias-casi-albinas, posiblemente usando cascos vikingos. El aeropuerto al que llegué, creo que no pudiera ser mejor descrito como un granero bien acondicionado. Es el típico aeropuerto alejado de las grandes ciudades que las compañías aéreas low-cost utilizan, y como no volé exactamente por British airways, fui a dar ahí. Una hora más tarde estaba en la estación central de Estocolmo, impresionado por la variedad racial que encontré. ¿Dónde están los vikingos?¿Donde están las rubias gigantes cuyas largas piernas acaban donde empieza mi cara?. Se me olvida que las grandes capitales del mundo son eso, del mundo y no locales. Tan es así, que no pude dejar de sorprenderme cada que le preguntaba a algún sueco por direcciones, respondiéndome con un perfecto inglés. Eso sí, fonéticamente austero, sin ningún rastro de acento que delatara donde lo habían aprendido y que solo pude achacar como proveniente de un buen sistema educativo. No hubo una sola persona que no hablara inglés, desde los barrenderos, pasando por la chica del metro hasta el guardia del ejército real que educadamente me pidió no pisara la zona delimitada por un círculo. También hablaba inglés el paquistaní que regentea el hostal en el que me quedé. De hecho no sé si hostal sería la palabra correcta. Era más bien, un punto entre hostal-casa de asistencia-asilo. No había recepción, era una puerta con una tabla improvisada. Luego me dijo que mi habitación no iba a ser la que había reservado, sino una mejor. Este tipo de comentarios se me atoran en el tímpano y retuercen el estómago, porque implican un comparativo. “Mejor que el que habías reservado”…¿mejor?,¿podría ver el que había reservado primero por favor?, lo de ‘mejor` lo decidiré yo. En el “hostal” donde misteriosamente no vi más que a un par de huéspedes como yo, si vi a personas de sospechoso aspecto. Un grupo de cuatro carteristas por ejemplo …bueno exagero, no eran carteristas, pero eran lo más parecido a ello, porque de haberlos visto en un metro, seguro me hubiera cuidado las espaldas. En mi cuarto había un holandés que se la pasaba de pie viendo a la ventana, supongo que le intrigaba eso de que anocheciera a las 11 pm y amaneciera a las 2 am; comía pistaches y me repetía de forma compulsiva que no fuera a desconectar su despertador, (¿Quién viaja con un despertador del tamaño de una enciclopedia que necesita ser conectado?). Además de ellos, se hospedaba (?) una señora casi en sus setentas. Intoxicada con vodka, intuí desde hacía probablemente 3 días por el fuerte olor que desprendía, se hartó de llamarme estúpido por no conocer lo malos que fueron los suecos con los noruegos (no me he dado a la tarea de investigar este detalle
histórico). Con todo y que me estuvo insultando, me quedé escuchándola mientras yo cenaba porque la verdad es que me divertía mucho. “Mi hijo me dejó – me contaba – se fue a Noruega, y no he hablado con él” “¿Por qué? – pregunté –“¿Por qué eres tan estúpido?” contestó. Ese fue el tenor de la plática, que estuvo aderezada con el olor del salmón crudo que la señora mal educada comía a mano limpia (lo de mala educación lo digo en base al criterio de comer salmón con las manos, que marca el “Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre”… popularmente conocido como “El Manual de Carreño”).
Ya fuera del hostal y lejos de la señora mal educada con olor a atún. Me dispuse a caminar la ciudad. Estocolmo es majestuoso. Se forma a partir del inicio de un archipiélago gigantesco, islas y ríos que dan forma no solo a la ciudad sino a todo el país. Así pues Estocolmo está dividido casi casi, por estas pequeñas fronteras naturales y no por nada le llaman la Venecia del norte.
El centro histórico, llamado Stam Glam, es una joyita del medievo, que representa el plato fuerte de la ciudad. De callejones estrechos y calles empedradas tan antiguas que pudieras romperte un tobillo por la separación que existe entre las piedra-baldosa, todo encabezado por el palacio y su respectivo cambio de guardia, adornado con tienditas de todo tipo por todos lados e inundada de turistas. Limpio, impecablemente limpio. De hecho toda la ciudad es limpia, salvo una parte de la estación central del Tunnelbana (metro) que es la plaza Sergelssquare y un recoveco que encontré en el codo del río que lleva al palacete donde se lleva a cabo la ceremonia de los Nobel. Esos dos lugares con basura, daban la impresión de que la ciudad fuera barrida por un gigante que a la vieja usanza, levanta la alfombra para meter ahí el polvo. El centro tiene una debilidad, y es nada más ni nada menos que el museo Nobel. El
museo no puede ser descrito como otra cosa sino un atraco a mano armada y en despoblado. No tiene nada…más que la taquilla. Tenía la intención de ver, yo que sé, fotos de los ganadores en blanco y negro, resaltadas con frases memorables, o videos de discursos de aceptación famosos, o de perdida algo… lo único es un montón de fotos de los ganadores en el techo que giran de una manera cíclica, pero que ni se alcanzan a ver del montonal que son. Así pues, uno sale un poco desilusionado y con la cartera más ligera, lo cual en Suecia, o al menos en Estocolmo es algo normal, porque es caro, muy caro. En una tienda de abarrotes por ejemplo, y después del “Hey!” de rigor de la bonita sueca que atendía, (Los suecos, para saludar dicen “Hey!”, lo cual me destantea un poco, porque suena como si hubiera familiaridad de algún tipo, y me provocaba decirles “Hey! ¿De qué fiesta te conozco o qué?”), me dirigí a por una coca cola de lata. Al pagar, la suequita, me dice un total de coronas, que cuando convertí a euros, era una cantidad considerable, y cuando la pasé a pesos parecía que estuviera comprando un riñón en el mercado negro de Tepito. Le expliqué que solo quería una coca cola, no 28 de 2 litros; muy seria me reiteró que lo que me estaba cobrando era el precio de una sola coca.

La ciudad es muy caminable, pero resulta muy tentador usar el metro, porque de él se dice que es la galería más grande del mundo, ya que cada estación está diseñada por algún artista. La verdad es que hay algunas bonitas y otras no tanto. De cualquier manera traté de caminar más, ya que se descubren muchas más cosas. Se pueden ver un montón de panaderías y cafés para llevar a cabo una actividad muy sueca, llamada Fika, que no es otra cosa más que café y pastelito. Pero bueno, tiene su nombre pues.

Me impresionó mucho una parte llamada Skenza, que es un parque natural, que contiene un zoológico y una villa que simula la vida en Suecia en tiempos de la cachetada. Es grandísimo, y muy entretenido. Tiene un lugar donde hacen vidrio soplado, y aunque resulta agobiante estar ahí es interesante. Detrás de esa área hay una zona boscosa llamada Djurgården, que alberga museos como el de arte moderno donde Warhol declaró aquello de que todos seremos famosos en el futuro por 15 minutos. Este lugar es idílico, un río corre al lado de la zona residencial, y se pueden ver patitos caminando libremente por ahí. Un frío que calaba eso sí, pero ya me gustaría vivir ahí un rato. Llegué hasta un lugar que era el museo llamado Miller Garden, que es un escultor que se ha distinguido por poner sus esculturas en el aire. Se
quedan así volando tan tranquilas, a diferencia de mí que regresé volando intranquilo como siempre en esos vuelos baratos que tienen la desfachatez de poner fanfarrias cuando aterrizan y la gente todavía aplaude, como si tuviéramos que alegrarnos porque nos trajeron de vuelta vivos. Con todo, ya volaré a otros lugares… África ó UK por ejemplo…