Lo poco evolucionado se me empezó a notar pronto. Para
finales de secundaria era por mucho, el más peludo de la generación y de los
primeros en comenzar a rasurarme. Si no fui el primero era porque me negaba a
hacerlo, pero al fin la carrilla de mi compañero Toranzo acerca de mis bigotes
de cerillo de la comercial pudo más que mi obstinación y eso me llevó a
rasurarme por primera vez. Supongo que como la mayoría, no nos enseñaron a
hacerlo, sino que simplemente aprendimos viendo cómo nuestros padres se ponían
la espuma de afeitar en la cara, se pasaban el rastrillo y clac clac clac con él
debajo del chorro del agua, para otra vez repetir la operación hasta quedar,
como diría mi papá “Como nacha de princesa”. Otros lo harán diferente claro
está, mi tío Juan, por ejemplo, tiene todo un ritual que involucra agua
caliente, una toalla pequeña, ablandamiento de la barba y un escrupuloso manejo
del rastrillo. Eso sí, seas de la corriente clásica o moderna del rasurado,
invariablemente todos terminamos con las palmaditas de colonia cauterizadora y
nos aguantamos como los meros machos el espontáneo ardor que ello provoca, sin
poder evitar recordar (al menos yo) a Macaulay Culkin en la escena de “Home Alone” donde siente en carne propia
lo de la colonia en cara recién rasurada. Afortunadamente yo ya no sufro con
eso, puesto que me he dejado la barba desde hace muchos años (antes de que
estuvieran de moda, por cierto).
Todo eso pensaba mientras revisaba en las pantallas del
aeropuerto la puerta de embarque a la que debía ir para volar a mi nuevo
destino. Justamente un lugar llamado Colonia.
Como ya es usual en mí, del nuevo lugar a explorar sabía
poco menos que nada, salvo que se encuentra en Alemania, que el río Rin pasa
por ahí, que tiene una Catedral muy famosa y que conseguir un hostal cuesta
muchísimo trabajo. Bueno, inclusive, no conseguí hostal, logré rentar una
pequeña habitación encima de un bar, que según internet, tenía muy buena
ubicación.
Mis barbas (por no decir huevos) tienen buena ubicación. La
habitación estaba a unos buenos 40 minutos caminando desde el centro de la
ciudad, y la hallé de chiripa, porque llevaba un trozo de mapa que acababa
justo en donde se suponía que empezaba la zona donde se encontraba. Llegué
alrededor de las 10 de la noche, y no veía timbre, puerta, o recepción en la
cual pudiera decir ‘ya llegué’, así que lo único que se me ocurrió fue meterme
al bar a preguntar por las habitaciones que se rentaban en el edifico. Con la
mochila en la espalda, me abrí paso entre los muchos y muy grandes alemanes que
tenían abarrotado el lugar. Todos muy alcoholizados, todos con grandes cervezas
en las manos, todos muy mayores y todos brincando y cantando una canción muy
movida que repetía muchas veces la palabra “Auf
Wiedersehen”. Para cuando llegué a la barra, lejos de estar molesto por el
gentío, estaba de buen humor, el ambiente que reinaba en el bar era contagioso
y hasta daban ganas de quedarse, pero el de la barra me dijo que era una fiesta
privada, y que más bien como la canción, “Auf
Wiedersehen”. Además de eso, me explicó que él era el encargado de las
habitaciones que se rentaban a turistas, así que tuvo la gentileza de,
nuevamente atravesando el alegre gentío, llevarme a mis aposentos. Que poco
glamour de verdad, porque a las habitaciones se accede atravesando la cocina
del bar, y yo, que tengo mucha alcurnia, me preocupó lo que pudieran llegar a
pensar los Limantur si se enteraran que dormiría en las caballerizas.
Habiendo dejado mis pertenencias en la humilde habitación,
salí a explorar la zona y cenar algo. Era un poco tarde, y el barrio en donde
estaba no tenía mucha vida. Me tomé una cerveza en un lugar que me pareció
acogedor y acabé cenando un pedazo de pizza del único lugar con comida que
había abierto, de postre, me comí el minúsculo chocolate que había sobre la
almohada de mi habitación… era tan pequeñito que dudé si era cortesía del hotel
o más bien el olvido de algún huésped… igual me lo comí.
Habiendo descansado, al día siguiente me dispuse a comenzar
a pasear por ahí. El pensar en chutarme nuevamente 40 minutos caminando hasta
el centro no me hacía excesiva gracia, porque el mapita no señalaba nada
importante para ver a lo largo de ese trayecto, pero para mi sorpresa, resultó
ser un paseo bastante agradable ya que tenía la posibilidad de hacerlo junto al
Rin. Ver su agua fluir, observar los árboles que lo bordean y mirar a alemanes haciendo
picnics a su lado, resulta gratificante, así sean 40 minutos de travesía.
El río me guió hasta el centro de la ciudad y lo dejé de
seguir cuando topé con el puente Hohenzollern,
que atraviesa el Rin y cuya característica principal es que está plagado de
candados de amor. Creo que es el puente con más candados de este tipo que he
visto. Se me hace una ñoñada eso de sellar el amor y tirar la llave al río, una
cursilería empalagosa a más no poder. Cuando yo encuentre a mi Rose, le pediré
que no hagamos eso, que nos limitemos solamente a ponernos en la proa de un
barco para que sienta como que está volando a ritmo de “My heart will go on” de Celine Dion.
Habiendo visto tanta muestra de amor, me entró hambre, y
busqué algo para desayunar. Descubrí un lugar llamado Merzenich que vendía unos pretzels
gigantes cubiertos de almendra y canela (alabado sea el Señor), que para desgracia
de mi metabolismo estaban buenísimos, así que me comí uno junto con un café con
leche. Tengo que confesar que durante mi estancia en Colonia, me acabé comiendo
unos cuantos más.
No conforme con la inyección de azúcar, entré al museo del
chocolate que al parecer, es también famoso. Como en cualquier otro museo de ‘algo’;
te cuentan la historia, los orígenes, las anécdotas, los protagonistas y todo
eso. Puse atención por supuesto, pero mi mente divagaba constantemente en un
solo pensamiento ‘¿A qué hora nos darán alguna muestrita?’. Pero el recorrido
seguía y nada de chocolate para probar, así que mi esperanza estaba muriendo,
cuando de pronto, cual oasis en desierto, apareció una enorme fuente rebosante
de chocolate. Yum. Habiendo empujado un par de niños, me pude poner primero en
la fila, me dieron una galleta de sabor y textura de cono de helado para que la
pudiera mojar en aquel manantial de cacao. Sobra decir que me formé tantas
veces como pude, hasta que el que repartía las galletitas puso cara de ‘¿En
serio? ¿Otra vez?’. Justo al final del recorrido te dan la oportunidad de crear
tu propio chocolate. Escoges la variedad; si negro, blanco, con leche, etc.;
escoges también la colación, nueces, almendras, avellanas, pasas, etc.; y hasta
puedes decidir si te lo espolvorean con chispas de más chocolate. Evidentemente
no podía quedarme con las ganas de poner la creatividad a volar con
combinaciones, y acabé por diseñar una bomba calórica que comí con un poco de
remordimiento porque luego me quejo de que hago deporte pero no pierdo peso,
cuando lo que debería de hacer, es agradecer que no sufro de obesidad mórbida.
Me dirigí hacia la plaza de la catedral, no con poco
cuidado, puesto que hay personas acordonando una buena porción de área
peatonal. Cuando pregunté por aquello, me explicaron que la ópera está debajo y
los pasos de la gente al caminar molestan mucho a los músicos, tanto en ensayo
como en presentaciones. Para programa tipo Discovery
“Hoy en: ‘Grandes arquitectos que olvidan
detalles fundamentales’ el techo de la ópera de Colonia y su falta de
aislamiento acústico”.
Cuando llegué a la plaza, me llevé una sorpresa. Justo ahí
hay una gran tienda llamada 4711, que alberga ni más ni menos que agua de
colonia pero en el sentido perfumado de la palabra, no en el geográfico…bueno,
que también, pero… a ver… más sencillo; el agua de colonia es una colonia que
se hace en Colonia y 4711 es la marca de una de las colonias más antiguas del
mundo de las colonias. Supuse que habría envases de muestra para probar, así
que como en supermercado, me metí na’mas para perfumarme gratis con un poco de la mítica agua de colonia…que es una colonia….hecha en Colonia… en fin.
Lo siguiente fue entrar a la Catedral, la cual es
verdaderamente espectacular y te puede tomar un buen rato solamente para
contemplar su exterior porque parece que fuera bicolor y estuvieras viendo una
construcción en blanco y negro. Por dentro es masiva y muy bonita, llena de
recovecos, con grandes y coloridos vitrales y con un altar principal
impresionante. A mi parecer, lo más espectacular es el secreto que guarda y que
yo al menos, desconocía. En un pequeño sarcófago (técnicamente es un relicario,
pero es que yo por relicario siempre pienso en algo pequeño y no en la cajota
que tenía enfrente), descansan los restos de nada más y nada menos que de
Melchor, Gaspar y Baltazar. ¡Los tres reyes magos! El trío está muy bien
guardado en su mini ataúd con remates de oro y plata. El detalle me dejó
boquiabierto. Nunca se me había ocurrido pensar que los reyes magos estuvieran
enterrados por ahí, bueno, en este caso, enterrados no, sino exhibidos. Esta
revelación me hizo plantearme muchas cosas. La primera fue tratar de explicar
por qué los habían puesto a todos juntos en el mismo cajón. De entre las muchas
teorías que desarrollé, la más convincente fue que para cuando encontraron los
cadáveres en algún lejano lugar del medio oriente, ya estaban hechos polvo, así
que lo más sencillo fue barrerlos juntos y ponerlos en la misma vasija para evitar
así, la difícil tarea de separar el polvo de cada uno. La segunda cosa que me
hizo plantearme fue el paradero de otros muchos personajes y cosas de la
biblia, todos sabemos que las tablas de los mandamientos las encontró Indiana
Jones y las dejó en una gigantesca bodega, el santo grial y la lanza que mató a
Cristo los encontraron los nazis, pero aún quedarán cosas por ahí supongo.
¿Quién tiene algún ladrillo de la torre de Babel? ¿Dónde están los cuerpos de
Adán y Eva? ¿En que se gastó las monedas de plata Judas además de una soga? Uf,
cuantas dudas. También me hizo pensar en lo duro que ha de ser el explicar a
los niños en Colonia aquello de que el 6 de Enero vienen los reyes magos…¿Cómo
le dices a tu niño que el que puso chocolates en su zapato, está enterrado en
una iglesia local y que vino junto con otros –muertos también - montando
diferentes animales…? Es que relatado así, se parece más a la historia de los
jinetes del apocalipsis antes que la de reyes mágicos y bonachones cargados de
regalos. ¿Cómo lo hacen? ¿Tienen acaso una versión zombie de la tradición de los reyes magos? En fin, corto aquí mis digresiones
al respecto, que no vaya a ser que la blasfemia provoque que me vayan
calentando más la olla de azufre que me espera en el averno.
Me fui de la catedral, que por supuesto visité nuevamente de
noche, puesto que la iluminación la hace ver espectacular, y cualquier viajero
frecuente sabe que la misma ciudad es totalmente diferente siendo vista de día
o de noche.
Como buena ciudad alemana, se puede tomar en la calle, así
que todo se hace más ameno si en la mano cargas con una cerveza local llamada Dom. Me puse a recorrer el Rin aguas
arriba y encontré una zona residencial bastante moderna y bonita, acompañada por
3 edificios corporativos en forma de L invertida que desafían un poco la
gravedad, porque tienen una buena porción sin ningún tipo de sostén.
Un detalle curioso, y esperemos que dentro de un futuro,
histórico, fue que caminando por ahí, me topé con un gran buzón amarillo que
tenía pegada una estampa que decía “Love
letters only”. Ese buzón con esa estampa, fue parte del mecanismo que
encendió la bombilla para crear el proyecto de Esquinas Rojas (aquí aprovecho
para darle publicidad www.esquinasrojas.wordpress.com
y Facebook.com/esquinasrojas ), del cual no tengo palabras para describir lo
maravilloso que es o hablar del gran equipo que lo hace posible. Quizás
Martinoli sí las tenga, y probablemente se referiría a él como ‘Notable, sobresaliente,
de alfombra roja y caravana’. Remato este pequeño breviario publicitario
anotando que curiosamente hoy cumple 2 años de su creación.
Fuera de esos highlights,
quizás haya más cosas que ver en Colonia, pero no muchas. Usé mi tiempo para
caminar por la ciudad y callejuelas que son bastante acogedoras; hay un pequeño
rascacielos, un parque bastante coqueto, muchas esculturas y me gustó ver que
había Street art de calidad,
inclusive me topé con un space invader.
Habiéndome cansado, y como no es manda andar todo el
día caminando para arriba y para abajo, llevé a cabo una actividad a la que son
asiduos los nativos y que no es otra más que el arte de tomar Doms contemplando el Rin, disfrutar del
buen ambiente que hay en una pequeña área rodeada de arquitectura típica
alemana, y comiendo por supuesto tortas de codillo asado, que son riquísimas y
que huelen a deliciosa colonia de comida bien hecha.
1 Comments:
Qué hambre me dio este post! :D
3:17 p.m.
Publicar un comentario
<< Home