Porque los pensamientos no se leen, primero se escuchan, luego se escriben, y entonces sì, se leen.

jueves, diciembre 27, 2012

El tunel del tiempo



“Ahora sois un viajero, y antes de volver a casa habréis llegado mucho más lejos que ahora y habréis visto y experimentado muchas más cosas. Cuando volváis a casa os burlaréis, y con razón, de los hombres que llaman altas a las montañas y profundos a los pantanos sin haber escalado nunca una montaña ni sondeado un pantano, hombres que no se han aventurado nunca más allá de sus estrechas callejuelas, y de sus rutinas vulgares y de sus precavidos pasatiempos y de sus vidas pequeñas y encogidas.”

Gary Jennings. El viajero.

Ese libro, podrá ser un best seller, y no ser un clásico de la literatura de esos que te hacen reflexionar y hasta deprimirte por días, como en el caso de “La tregua” (o por lo menos a mí así me pasó…y no sé si considere clásico de la literatura a decir verdad), pero los libros también son para eso, entretenerse. Además de entretenerme, ese libro de alguna manera cambió mi manera de pensar, y me hizo fantasear en viajar y vivir aventuras parecidas. Ser un Marco Polo.

De eso hace años, pero no deja de ser curioso, recordar aquello y ver que de alguna forma lo he logrado. He descubierto que buena parte del gusto de viajar, no es solo conocer y ver nuevos lugares, sino la adrenalina que se descarga al llegar a una parte que no se conoce y pensar “híjole ¿y ahora pa’ donde?…hubiera hecho una reserva de hotel”.

Es más curioso aún, que también recuerde la música que solía escuchar de niño. Los discos de vinilo de mi papá. Regularmente ponía los mismos, y estos habían sido escogidos en base a un estricto control visual. Los que tuvieran portadas llamativas, o colores raros, eran los que normalmente escuchaba. Bajo la aguja, usualmente giraba el disco de “greatest hits” de ABBA, donde aparecía el grupo caricaturizado con trajes de estilo animaloide. También era muy frecuentado un disco llamado “fiesta hippie”, el cual me llamaba mucho la atención no solo por la portada donde aparecían una bola de felices hippies en un campo, y la imagen de una chica con pinta de haberse fumado más de un par de porros en la contraportada, sino porque el vinilo en sí era rosa y resaltaba entre todos los demás. Mi canción favorita: el condor pasa. Además de eso tenía un placer culposo; escuchar a Manuel Mijares cantado “soldado del amor”…ejem… mientras corría alrededor de la mesa de la sala en “cámara lenta” con un bat amarillo como micrófono (bat, que creo nunca utilicé para nada más), haciendo lip-singing y simulando mi muerte cada vez que Manolito llegaba a la parte de “…cada vez que me rechazas. El impacto de una bala. Y saber, que voy perdiendo la batalla, ¡perdiendo la batalla!...” . Para no dañar mi reputación he de decir que esto lo hacía mientras me imaginaba en una trinchera e inmerso dentro de una brutal guerra.

Todos estos recuerdos me vinieron a la mente, porque fui a conocer Liverpool. Y es que en cuanto llegué, se abrió frente a mí aquel túnel del tiempo de espirales blancas y negras, a partir de la imagen que me vino a la cabeza de aquel disco de los Beatles donde se están asomando desde un balcón, y que también escuchaba mucho. ¿Cómo no hacerlo si el aeropuerto se llama “John Lennon” y en frente hay un destartalado yellow submarine?.
Tomé un camionsito que me debía llevar al centro de la ciudad, y mientras tanto, por la ventana desfilaban más recuerdos. Gregs, el lugar de empanadas que tiene es olor que puedes distinguir a manzanas de distancia, Primark la tienda de ropa de los pobres, ASDA el supermercado de los pobres, Tesco, Mark & Spencer (mejor conocido como Most expensier), Nandos… en fin, un sin número de lugares que conocía de mi antigua vida en Londres y que me hicieron añorarla. Llegué al centro de la ciudad, tratando de ubicar algún hostal u hotel donde alojarme ya que como siempre no tenía donde pernoctar.

La cosa se pone emocionante, cuando después de entrar a más de tres lugares te dicen “sorry mate, we are full”. En mi búsqueda, pregunté a un señor de cierta edad si sabía donde habría algún hotel -¿latino?- me preguntó en un raro español –sí, mexicano- contesté. – Ah! Mésico, yo shoi portuguesh. Y no shoi de por aquí. Sholo te diría ehstupideshes -. Sin decir más, se fue, aunque me dejó riendo su gracioso y salivoso acento.

Eventualmente encontré un hostal con disponibilidad para una sola noche, lo cual no sería suficiente para mi estancia en Liverpool, pero después de merodear y revisar la poca (por no decir nula) seguridad del hostal, ideé pasar la segunda noche como polizón, y dormir en el baño que era amplio y acogedor. Mi plan se vió frustrado cuando me di cuenta de que no había forma de trancar la puerta…seguramente alguien ya había pensado lo mismo, y quitaron los seguros. Afortunadamente conseguí lugar en otro hotel, aunque a un precio más elevado…consecuencias de ser descuidado.
Como el primer día en que llegué perdí la tarde buscando hospedaje. Lo único que me quedó por hacer fue ir a tomar una pinta de cerveza (o dos) acompañadas por parte de la canasta básica inglesa, fish & chips, a un bar perteneciente a una cadena que tengo bien ubicada, Wetherspoon, distinguida por ser el bar de los pobres.

Al día siguiente me dispuse a desayunar un vaso de leche fría y las deliciosas galletas recubiertas de chocolate negro, Mcvities, que no logro encontrar en ningún otro lugar más que UK. Esto lo estaba haciendo en una banquita localizada en los muelles y contemplando el río Mersey. De pronto apareció el portugués de la noche anterior. “Eh, meshicano, que hashes?”. Mientras yo acababa de desayunar, el portugués se sentó a fumar y de paso empezar a contarme su vida. Como la historia de su vida seguramente sería larga, le comenté que quería ir a caminar y conocer un par de lugares, él me dijo que si no me importaba me acompañaría.

Fuimos a la Tate gallery, que es una galería de arte moderno. Arte que rápidamente mi improvisado amigo portugués catalogó como “ehstupideshes”. Y sí, es difícil apreciar (además de entender) una televisión rota en una columna o un tiburón en formol. Se cansó de decirme que esas cosas las puede hacer cualquiera, aunque le dio algo de crédito a la exposición de fotos en un cuarto totalmente oscuro, para el cuál necesitabas usar cámaras con flash para poder apreciar ya no solo las fotos, sino la experiencia por la que pasó el fotógrafo que las tomó totalmente a ciegas en su viaje de 4 meses por Asia.

Seguimos caminando por ahí, tomando fotos, y entrando a uno que otro museo como el de Liverpool o el marítimo. Que no eran muy interesantes a decir verdad, pero el portugués, tenía algo que decir para la mayoría de los objetos relacionándolo con alguna experiencia de su vida. Para esas alturas la historia del septuagenario portugués ya me estaba interesando bastante. Me contó que a los 20 se fue de su casa para vivir en Australia, - ¿y a qué fue? – a vivir la vida me dijo, que él tenía ganas de ver mundo. Trabajó por ahí y por allá, después fue a vivir a Canadá a vivir lo mismo y comenzar a buscar alguna chica con la cual casarse, más tarde se colgó una mochila al hombro y se puso a viajar sólo por el mundo. Ya en esos momentos, yo empezaba a sospechar que el portugués era parte del viaje en el
tiempo en el que estaba sumergido, porque además de haberme contado de sus viajes, resultó que su vida en general había sido bastante similar a lo que llevo de la mía. No pudo estudiar cine, le gustaba escribir, el miedo que le daban los aviones, el gusto por viajar etc. .Sospechaba entonces que ese peculiar personaje podía ser un yo del futuro y que venía a advertirme de algún cataclismo apocalíptico o algo. Ante esta posibilidad empecé a hacer preguntas más personales para saber qué es lo que me depara el futuro. Preguntas sueltas, fáciles, como ¿Es usted feliz (o bueno, ¿soy feliz en el futuro?)?, ¿Estamos casados, tenemos hijos, a qué edad nos jubilamos, que penas nos esperan?. Pero mi amigo no soltó mucha prenda, y mejor me invitó una cerveza mientras me acababa de explicar que estaba en Liverpool para ver una pelea de box. Le pedí a alguien que nos sacara una foto, para poder tener un
recuerdo de mi futuro yo, y justo antes de despedirnos me entregó un papel “Aquí te dejo mi direshion, cuando vengash a Faro, bushcame, tengo muchos perros…”le pregunté su nombre ya que en todo el transcurso del día no lo había hecho “Shi, claro, me shamo Jaime, adiosh amigo”. SI hubiera agregado que le decían pollo, pues ya podría estar yo dentro de una habitación acolchada.
El episodio me dejó un buen rato meditabundo, pero afortunadamente las cosas por ver en la ciudad me despejaron. La catedral por ejemplo, que es grandísima, y que tuve la oportunidad de conocer yo solito por estar ahí a las 7 am, antes que nadie. Impone bastante.

Aunque me dejó mejor sabor de boca la calle Mathew Street y sus alrededores. Esta calle es probablemente la razón por la que mucha gente visita Liverpool. En ella se puede apreciar el muro de la fama con los nombres de Ringo, George, Paul y John, además de ser donde se ubica “the cavern club” que es el bar donde los Beatles empezaron a tocar en forma. El nombre del lugar es casi literal, ya que se trata de lo que creo fue una vieja cava a unos cuantos metros bajo tierra, de techos bajos, lleno de arcos y con miles de firmas en las paredes de cualquier visitante que pasa por ahí. Es curioso ver como aquel mítico lugar ha quedado convertido en un Karaoke, con lo que cualquiera se puede subir al escenario que alguna vez pisó el cuarteto de Liverpool. Los “liverpulianos” que aún acuden a este
lugar son ya “madurones” por decirlo de alguna manera, y me dio la impresión de que se dedican a cazar turistas incautos. Yo casi fui víctima de esto, cuando una cincuentona de tez gelatinosa dejó al que yo creía su esposo para bailar conmigo. La idea de estar bailando con alguien casada y enfrente del marido me tenía incómodo, pero me sentí aún más incómodo cuando noté que la mirada del tipo empezaba a ser lasciva al vernos bailar “!en la torre! –pensé – estos andan buscando un trío”. Finalmente de la incomodidad, pasé a la perturbación cuando me di cuenta de que llegó la esposa real del tipo, que resultó ser la hermana de “mi” cincuentona, pero que igual se sentaba a una u a otra en las piernas. “!en la madre! – volví a pensar – ¡buscan un cuarteto incestuoso!”. Por supuesto ahí dejé a la
doña para que se buscara algún otro turista incauto al cual pudiera enamorar con ese asqueroso aliento a vodka que llevaba.

Aun habiendo sido acosado por la versión inglesa del clan Trevi-Andrade. El ambiente en “the cavern” es bastante ameno, cantando sin parar canciones de los Beatles y al calor de las cervezas, uno pasa un buen rato ahí dentro.
Fuera del lugar, la calle está llena de bares atestados de turistas y locales, por lo que la manzana entera bulle de alegría y borrachos, si uno sale demasiado alegre y muy borracho, probablemente acabe en alguno de los lugares de la siguiente manzana, donde ya ofrecen otro tipo de servicios como liberar tensiones y producir calambres.
Dejé Liverpool barajeando la posibilidad de volver a vivir en Londres y meditando largamente en mi futuro yo.

Estos pensamientos los tuve que dejar rápido, porque debía de medio organizar mi siguiente viaje. Aquí sí, me tocaba poner un poco más de orden porque me iba con mi amiga Lili a Marruecos, así que no se puede llegar tan a lo bruto con alguien a aquellos lugares. Pero a decir verdad ella organizó todo.
Había tenido oportunidad de ir a Marruecos antes con mi hermana, específicamente a Fez, y recuerdo haberme sentido incómodo buena parte del viaje, porque se veían pocas mujeres en la calle y por la cucaracha del tamaño de un chihuahua que vi en el baño del hotel donde nos quedamos.
Esta vez el lugar de destino era Marrakech del cuál sabíamos muy poco, pero con muchas expectativas por cumplir.

Lo poco que leímos en el aeropuerto antes de salir, decía que el regateo es parte fundamental de la cultura y que no nos detuviéramos en hacerlo. Esto lo hicimos al pie de la letra nada más llegar.
Después de que a mi amiga Lili la hubieran pasado por un cateo bastante detallado. En la puerta del aeropuerto Menara (bastante bonito por cierto), existe un gran letrero con las tarifas de lo que te deberían cobrar los taxis al centro de la ciudad, letrero que todos los taxistas se pasan por el arco del triunfo, para ponerse a regatear con el que quiera sus servicios.
Logramos negociar un precio que a nosotros nos pareció justo, pero que seguro llevaba una ganancia considerable por parte del taxista. El destino era la plaza Djamaá el Fna, supuestamente la más grande de todo África, y a partir de la cuál debíamos seguir las instrucciones para llegar a nuestro riad (que es una suerte de hotel, le diferencia es que es una casa típica Marroquí, acondicionada para fungir como hostal). Al llegar ahí, los sentidos se agudizan, por la cantidad de gente que hay, porque me di cuenta de que las instrucciones para llegar al Riad empezaban con una cita del cuento de Hansel y Gretel (no lo más acertado, sabiendo que se perdieron en el bosque) y porque has de ir con cuidado si no quieres pisar alguna cobra o serpiente encantada. Esto último no fue necesario, porque uno de los
encantadores tuvo la gentileza de llevarnos una hasta nuestras caras. Aún con la experiencia de haber tenido una serpiente a escasos centímetros de la cara y por tato caer en un pequeño estado de shock, necesitas estar muy alerta porque aunque no hay calle visible en la plaza, igual pasan motos que coches a una velocidad no de “cuidado porque hay gente” sino más bien de “quítense que hay les voy”. Acabamos de atravesar la plaza sorteando todo tipo de puestos de comida, vendedores ambulantes, mujeres ofreciendo tatuajes con henna, serpientes, chivos y uno que otro mono, para adentrarnos en los angostos pasillos de la ciudad.

“Gire al lado de tal farmacia, de vuelta en la mezquita, pase por debajo del arco de flores…” esas instrucciones parecían mapa del tesoro, y todo iba bien, hasta que Lili me hizo el comentario de que nos empezábamos a alejar mucho del centro y que los estrechos callejones ya no se veían ni tan concurridos ni tan amigables. Le pedimos ayuda a un guía que mostraba la zona a un par de taka takas, y él a su vez le dijo a un niño que nos ayudara. El niño amablemente nos condujo hasta el riad y con una gran sonrisa estiró la manita para que le diéramos algún dírham.
esto de estirar la mano es algo muy común, la estiran hasta porque te dijeron salud después de estornudar, pero eso sí, son gente extremadamente amable.

El riad Layla Rouge, resultó ser todo un oasis. Nos recibieron con un delicioso té de menta y pastelitos, pétalos en los pasillos, incienso y música en el ambiente. Cuenta además con una terraza en la cual fumamos con un Narguile, tabaco de manzana y canela, junto a la compañía de una par de españoles que iban a rentar un coche para recorrer Marruecos y un brasileño que se disponía a viajar dos años por el mundo, habiendo pasado ya por Australia, Nueva Zelanda y no sé que otros tantos lugares.
Esa noche salimos a cenar y husmear nuevamente la gran plaza. Pronto descubrimos que no había mucho que temer y que la comida siempre sabe igual, así pidas pollo a la plancha, couscous (sémola), verduras o arroz, todo tiene un sabor como a curry, salvo un pollo con ciruelas y almendras que probamos en un restaurante más fancy. La plaza es bulliciosa, llena de vida, con vendedores implacables que ante respuestas como “solo estoy viendo, no busco nada” ellos te responden con “tengo nada, ¿de qué color quiere?” y una habilidad nata para saber la procedencia de cualquier turista. Los puestos de comida son diversos e inclusive hasta me pareció ver cabezas de borrego en alguno
de ellos. Se me hizo agua la boca nomas de pensar en unos taquitos de cabeza y ojo. No comimos ahí porque el anfitrión del hostal nos advirtió con diarreicas razones, y dado que los retortijones son mi talón de Aquiles, ni pa’qué arriesgarse. Acabamos resignados a tomar coca cola, porque no pudimos conseguir algo más fuertesón dadas las pautas que marca el Islam, desde un balcón que dominaba la plaza escuchando los cánticos con los que las mezquitas llaman a la oración. Una experiencia muy muy grata a decir verdad.

Al día siguiente, desayunamos las deliciosas crepas, té de menta y café que nos regalaron en el riad antes del viaje de 6 horas que nos esperaba hasta el desierto, pasando por el Atlas y el anti atlas (unas cadenas montañosas), haciendo paradas en Ouarzazate, viajes en camello, villas Bereber, para finalmente dormir en las dunas del Zagora (la puerta al desierto del Sahara).
El paisaje, como esperado, es bastante desértico, sin embargo resulta bastante agradable de ver. El pueblo de Ouarzazate es impresionante, una auténtica joya de tiempo de Jesucristo superestrella, y que ha sido locación de varias películas hollywoodenses, entre ellas Gladiador. El pueblo está conformado por un montón de casas amontonadas en un pequeño cerro, en las cuales supuestamente viven solo unas cuantas familias. Pero el apiñonamiento resulta bonito. Lo aderezan además un par de locales con serpientes en el cuello y escorpiones en la frente, con lo que al cuadro le da un toque bastante autóctono.

Más tarde llegamos al punto de encuentro con los camellos, los cuales nos llevarían a la aldea de los Berebere (tribu nómada del norte de África) en medio del Zagora. ¡Qué ilusión hace el pensar en dos horas de viaje en camello hasta el desierto!. La ilusión se acaba a los quince minutos cuando las jorobas del camello te hacen sentir como si se te hubiera caído un jabón en las regaderas de una prisión de afroamericanos. Eso ya sin contar el miedo que pasó Lili, cuando su camello se le puso loco y trató de morder a otros dos y sus correspondientes jinetes. La destrucción irreparable de las sentaderas se ve recompensada al llegar al campamento de los Berebere que nos esperaban ataviados con sus largas túnicas y sus turbantes de Aladino. Como ya era de noche, nos asignaron rápidamente nuestras tiendas y señalaron el baño, inmediatamente después nos dieron de cenar en tajines (plato típico de barro
con su correspondiente cucurucho) pollo con sabor a lo mismo de las últimas tres comidas. De ahí pasamos a la fogata que nos tenían preparada, donde amenizaron la noche con tambores, una especie de panderetas y un montón de canciones de las cuales no entendíamos la letra por tratarse de canciones en árabe, pero que eran bastante pegajosas. Al final terminas cantando tú también, palmeando y medio bailando. Al acabar no queda más que contemplar la bóveda celeste, donde se es capaz de apreciar hasta la vía láctea. Nunca he visto cielo más estrellado (lo cual es una frase muy mal hecha, porque siempre está igual de estrellado, pero otra cosa es que se puedan ver muchas estrellas).
En la mañana, el paisaje nos sorprendió ya que nos dejó ver que estábamos durmiendo entre dunas de suave arena.Nos despedimos de los Berebere no sin antes darles unos cuantos dírham, y rezándole a todos los santos de que el viaje en camello de regreso no me dejara adolorido por el resto de mis días.
Hasta ahí llegó mi viaje a Marruecos, viajando en el tiempo y cambiando mucho el recuerdo de ese país que tenía de cuando fui con mi hermana. Recuerdo que de cualquier forma atesoro, porque será difícil hacer otro viaje con ella después de ahora que se acaba de casar. “C de casa”…

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me dio de nuevo la chipitongues cuando lei esto, hehehehe XD te quiero mucho, Gords!! :DD

8:50 a.m.

 
Anonymous Anónimo said...

No dejo de imaginarte cantando "soldado del amor" jajajaja me encantan tus blogs. saludos :) Ivetete

10:09 p.m.

 

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