Porque los pensamientos no se leen, primero se escuchan, luego se escriben, y entonces sì, se leen.

sábado, junio 11, 2011

De tradiciones



Parte I.

Llevo ya 7 meses por acá lejos de México lindo y querido. Y me puedo dar libertad de escribir las tradicionales actividades culturales españolas (más catalanas) en las que he estado.
He de comenzar por remontarme a la época navideña. En Cataluña, tienen varias tradiciones peculiares al respecto. La primera que me llamó la atención, es el ‘Tío’. El ‘Tío’, no es más que un pedazo de tronco (habiéndolos de todos tamaños), al cuál le dibujan una cara y le ponen un gorrito de Santa Claus. Este tronco humanoide, se pone en las casas, y los niños se encargan de alimentarlo. Todos los días le llevan agua y comidita que después sus papás a escondidas recogen y tiran, para que los niños piensen que el ‘Tío’ ya comió. Esto lo hacen por dos semanas al menos. Cuando llega navidad, a los niños se les da un palo para pegarle al tío y hacerlo cagar (que es la palabra que se usa, y hace referencia literalmente al verbo). La creencia pues, consiste, en que después de haber estado alimentando al tío, se tiene el derecho de agarrarlo a palos, para que cague regalos. Regalos que obviamente ya habían sido puestos debajo del tronco, pero que mágicamente el tío cagó por haber sido linchado por una horda de violentos infantes. Festividad pues, rara; todo un concepto, cuidar, mimar, apalear hasta cansarse y obtener regalos (previamente ‘digeridos’ y después ‘defecados’).



Este detalle escatológico es interesante, ya que se tiene otra tradición que involucra este tipo de tema. También en navidad, cuando es típico poner el nacimiento y familias enteras sacan las figuritas despostilladas del papel periódico y se colocan sobre el musgo y el heno, aquí ponen una figurita de más. Entre el pesebre, el arcángel Gabriel y un borrego, los catalanes ponen la figurita del caganer, un monito de cerámica muy simpático que tiene los pantalones en los tobillos y está en posición de lo que conocemos los mexicanos como ‘de aguilita’. Este cagón personaje, es tan famoso, que se reproduce muchas veces, y normalmente en base a las celebridades del año. Se podía por ejemplo apreciar a Obama, a Osama, a los de futurama (y todos los ‘amas’ que pueda haber), a la selección española de futbol, a Zapatero y a muchos más en una posición por demás comprometedora. He estado muy tentado en contar la historia del tigre de Santa Julia, para la alegría de los catalanes, pero temo que la climaticen, le den dos pinceladas, y de golpe y porrazo la conviertan en una leyenda catalana y perdamos nuestro mito de la captura del tigre, y todo por una extraña afición.



Desde navidad hasta más o menos estas fechas. Es tradicional cocinar los calçots, que no son más que una variación de la familia de las cebollas que se cultivan en tierras catalanas especiales y que se comen con una salsa en particular llamada romesco… todo esto lo resumo a: cebollitas de cambray que en vez de limón y sal, se le pone una salsa bastante sabrosa. Elena, una amiga del master, y su novio, tuvieron a bien preparar una calçotada (carne asada donde además se comen calçots), en un pueblo fuera de Barcelona llamado Reus.
Decidí ir temprano a Reus, para aprovechar conocerlo. La verdad es que no es así que tú digas “…!que bruto! que espectacular…”, pero tuve la suerte de que se estaban celebrando carnavales; así que tuve la oportunidad de ver un desfile que incluía a los gigantes y los cabezones, que son básicamente botargas, unas muy altas y otras pequeñas y cabezonas. También se estaba formando un castells (patrimonio cultural de la humanidad, por cierto), que son columnas humanas armadas en enlaces hombros-pies de hasta cuatro ‘pisos’ de altura cuya sostenibilidad se basa en un apiñonamiento de gente. La bamboleante columna es coronada con un niño, que asumo yo, no tiene conciencia del miedo y que aún cree que es posible volar como superman, porque nada más de ver como el infante va trepando humanos y se encarama en lo alto me da vértigo –por cierto no se cayó, y creo que hasta me decepcioné de ello -.








Acabando de ver la construcción del castells, me dirigí a la dichosa calçotada. Cuando llegué, los invitados y la organizadora ya habían empezado a hacer los calçots y ya habían tomado el vermut, que es una tradición-bebida que se toma como aperitivo, y que Elena orgullosamente dice fue creado en Reus…tengo poderosas dudas al respecto, pero bueno…
La única diferencia que tienen los calçots respecto a las cebollitas que normalmente nosotros asamos, es que ellos carbonizan el exterior, después todo eso que está quemado se quita, y aparece entonces todo el interior del calçot perfectamente cocido, se sumerge en la salsa romesco, que podría jurar es mole catalán, y no por el sabor ni el color, sino por toda la bola de ingredientes que lleva, jitomate, almendra, galleta, ajo, aceite, perejil… y demás especias que ya cada quien quiera añadir. El resultado es una espesa salsa anaranjada que va muy bien con las cebollas que se comen de cabo a rabo. Si queda salsa después de acabados los calçots, se apura arrebañándola con pan, luego ya viene el solomillo, el pollo, los chorizos, los pinchos, tapas variadas; y por tapa hay que entender todo aquello que se puede poner encima de una rodaja de pan, tapa de morcilla de Murcia (cuya característica es que contiene arroz), tapa de chorizo, tapa de tortilla de papa, tapa de patatas bravas, tapa de salmón, tapa de jamón serrano con queso manchego…todo con sabor a romesco, porque es un tanto caótico el salpicadero de salsa por todos lados.
No todo fue comer y beber. Jugamos futbol un buen rato, y llegó, lo que en el parque tangamanga se conoce como ‘la retadora’. Que aquí, obviamente no se usa ese término tan llanero, sino un más educado ‘¿les apetece jugar un partido de fútbol?’. En pleno juego y con balón ajeno, me quedó a modo la pelota para meter un fogonazo, y pensé ‘le voy a meter toda la pierna’, y sí, lancé un fogonazo, yo creo que hasta más potente que los de Roberto Carlos, el único problema fue que el tiro no encontró portería, bueno ni cancha, salió despedido fuera del área deportiva y fuera del parque en donde estábamos. Todos me miraban con mala cara, y yo me arranqué a buscar el balón, mientras les decía ‘pidan bolita’. Ante la orden, a la mala cara que tenían se le incorporó un muy claro gesto de ‘¿Qué es pedir bolita?’. Afortunadamente encontré la pelota, porque creo que si no lo encontraba, de la puritita vergüenza de haberles perdido el balón no hubiera regresado, me hubiera ido directamente a agarrar el tren de regreso.

Parte II

Y ya que en Reus todo empezó en los tradicionales carnavales, hablaré de carnavales, pero los del pueblo de mi mamá, Moral de Calatrava.
En carnaval hay que disfrazarse y los disfraces, no son una metida de mano al ropero a ver que sale. No. Son trajes hechos ex profeso, cosidos y rematados. Y hay que llevarlos bien puestos, con sombrero y cinturón (que había quienes no les quedaba el cinturón, pero se las ingeniaron para hacerlo más grande).
Los disfraces se dividen por peñas (grupo de amigos). La peña de mi primo se llama ‘los bailaos’, sin embargo, hay una peña mayor ‘los guaperas’, que es la que organiza los disfraces en turno y ‘el carrito’, por lo que en realidad, se acaban fusionando varias peñas, formando, un peñón (y no exactamente el de Gibraltar). Yo, me junto con mi primo y los suyos. Y el disfraz oficial (porque hay varios) a usar este año fue de bolchevique naranja-tóxico.
Como en toda fiesta y tradición popular, existen los protocolos. El más importante (además del disfraz) a mi entender es el comienzo. Se elige un punto de reunión, y se congregan los rusos, hasta formar una gran mancha naranja fosforescente en la calle. Ahí se comienza a cargar ‘el carrito’. ‘El carrito’, es una pequeña alacena hechiza con llantas y un mango que hace las veces de timón.
Como es una alacena construida pensando en un solo propósito, se divide en 2 secciones, la del hielo, y la del pomo y refrescos. Esto es a lo que yo llamo organización de eventos y no tonterías, mira que haber construido un carrito pensado para ser destinado a la fiesta, y que además ruede mejor que carrito del super, es toda una proeza de ingeniería.
Teniendo las cartucheras llenas, la comitiva con cubas en mano parte a ritmo de tambor, trompetas y cantando “carnaval, carnaval…carnaval te quiero…” por las calles del pueblo.



Hay otras peñas, por tanto otros disfraces y otros carritos. Habían ángeles y diablitos en una, en otra eran jugadores de futbol americano, otra eran disfraces de carnaval de Brasil, y por el estilo. Pero diferían de la que donde estaba yo, porque su carrito, era más bien alegórico, y el de nosotros meramente funcional, y además ellos iban con música, bocinas y andaban con coreografía. Nosotros íbamos con vasos y bebíamos con alegría.
El recorrido, incluye paradas técnicas en los bares, a los cuales se les ha pagado por adelantado para que se nos reciba con cerveza, vino y cositas para botanear. Se pudiera pensar en que eso se hace en cantidades degeneradas, pero la verdad es que no, son cantidades moderadas, ya que hay muchos bares que visitar.
Para las 4 de la tarde, cuando se lleva una gran sonrisa en la cara escoltada por cachetes rojos, lo de botanear ya empieza saber a poco. Es entonces cuando la tropa naranja, se dirige al bar donde se ha pagado la comida en forma. En lo que a mi concierne, fuimos a parar a un bar llamado ‘La churrería’ (otra tradición española; después de andar tomando por la noche, lo que se acostumbra es comer churros con chocolate, a diferencia de nosotros que comemos tacos con coca-cola). Las mujeres se sentaron en una mesa larga, y a ellas se les fue sirviendo paella, de la cual estuve a punto de pedir un plato pero me dio vergüenza. A los hombres se nos dio una cuchara y trozo pan. En una mesa alta, se puso un plantón lleno de alubias con papas, chorizo, morcilla y alguna otra cosa que no identifiqué, pero igual sabía a gloria. Esta parte la disfruté mucho, estar de pie con la cuchara, acercarte al platón, recoger alubias y algo de chorizo, poner el pan debajo de la cuchara para no tirar nada al suelo, comer, darle un mordisco al pan y repetir la operación.
A partir de ahí, la cosa sigue bastante igual, y aunque esta frase leída así suena un poco a ‘rutinario’, la fiesta siempre es divertida y poco rutinaria.
Ya por la noche, se tiene que usar otro disfraz, y ahí dejé de ser un bolchevique naranja, para pasar a ser Blancanieves…lamentable esto último... pero me he de haber visto tan bien en mi papel de la amiga de los 7 enanos, que una señora se me acercó y me preguntó que donde había comprado el disfraz, que porque se veía espectacular y que ella había buscado uno igual.
Los bares se llenan entonces de piratas, de payasos, de ninjas, de hadas, de toreros, de policías (algunas muy sexys), etc. y no solo eso, la gente se mete en su papel, había un tipo por ejemplo, vestido de Mozart, que se pasó toda la noche yendo de un lugar a otro con batuta en mano simulando que dirigía un concierto. Hay otros que deciden disfrazarse de ‘desconocidos’, se ponen cualquier cosa, siempre y cuando no se les vea la cara, agarran una escoba y van dando de escobazos mientras gritan con una voz fingida “!no sabes quién soy, no sabes quién soy!”, afortunadamente ya me habían advertido de esta clase de disfraces y su comportamiento, porque cuando me dieron el primer escobazo, si me sacaron un poco de onda.
Mi mamá que estaba en el pueblo, me vio disfrazado de payaso, ruso naranja y Blancanieves, cada que salí de la casa enfundado en una vestimenta distinta, me advertía no sin cierta preocupación “cuídate, que aquí la fiestas son gordas”. Pobrecita de mi mamá, las penas que le hago pasar.



Parte III

Las tradiciones no forzosamente tienen que ser milenarias ni de abolengo, pueden ser también nuevas y freakies. Un buen ejemplo, es la feria anual del comic, a la que por supuesto asistí. Tenía una curiosidad morbosa, de ver a la gente que motiva power points que se distribuyen en mails por asistir a estos eventos disfrazada y ataviada como sus ídolos animados.



Cuando llegué a las instalaciones de la feria, lo primero que veo, es a un sudoroso adolescente enfundado en un traje de Pikachu, como para voltear al cielo y decir con lágrimas en los ojos “!Gracias!”. Estas personas son toda una comunidad, son freaks, para mi sorpresa estos especímenes, tienen una forma de vida bastante parecida a las nuestras, me di cuenta por ejemplo de que comen, de que leen, de que compran, de que se reúnen en grupos y bueno, cosas muy normales, cuando yo lo que pensaba era que vivían en rincones oscuros y le tenían miedo al ajo. La experiencia resulta divertida entre ver a todos estos ‘cosplays’, la tiendas atiborradas de comics, autores repartiendo autógrafos, los cuadros, el casco de magneto que estaba siendo venerado como pieza de culto y protegido por un elemento de seguridad y espacios destinados a enseñarte a jugar cosas como ‘Los colonos de Qatan’ (que dicho sea de paso jugué al siguiente día y no es nada malo), la verdad es que uno se queda con la sensación de querer comprar alguna de esas novelas gráficas (que es el nombre que le dan aquellos que piensan que los comics son un placer culposo, y llamándolos así, se disimula), pero como son caras, mejor ir a la biblioteca. Había entonces que inscribirse a una biblioteca para poder leer novelas gráficas.
Darse de alta en la biblioteca pública es gratuito y resulta extremadamente fácil. La persona que me atendió me dijo que podía sacar hasta 15 libros por espacio de un mes, renovarlos tantas veces como quisiera siempre y cuando el libro no haya sido apartado, entregarlo en cualquier otra biblioteca pública y si se me llegara a pasar la fecha de entrega, me amonestarían y me castigarían por 15 días sin poder sacar libros. Me da vergüenza reconocerlo, pero estaba sonriendo. 15 libros. Un mes. Renovaciones. Que diferencia de mi universidad, donde no podías sacar más de tres libros, ni los podías tener por más de tres días, ni mucho menos apartarlos y si se te pasaba la fecha de entrega te cobraban 75 pesos diarios por libro.
Saqué 3 novelas gráficas y un día que no pude convocar suficiente gente para ir a la playa a hacer un picnic, decidí llevarme los comics e ir a leer bajo el sol y sobre la arena, esto aunque no crea que sea tradición, ni factor cultural, lo que se ha de hacer cuando hay sol, es ir a la playa. Aún es primavera, y por tanto hace frío (el que yo pueda decir, ‘es primavera’, me parece algo bastante divertido, porque en San Luis, es verano o invierno nada más, salvo mejor opinión, a nosotros las modas de primavera-verano, otoño-invierno, se nos resbalan por falta de dos estaciones) así que el agua del mediterráneo en estas fechas es como para enfriar cervezas (y no es que en algún otro punto del año llegue a estar caliente), a lo mucho, se ve a la gente mojándose los pies, y no más nada. Lo que si se hace mucho es tomar el sol en viciosas proporciones, y llevar a cabo cualquier actividad de playa posible. El voley playero, el fut… y además aquí se juega algo que no había visto antes llamado padel. Deporte que se juega con unas raquetas de madera diseñadas por Botero, o sea, raquetas de ping pong pero de volúmenes más amplios, y la gente ‘raquetea’ en medio de la playa. Al principio me llamó mucho la atención, pero luego ya me tenía nervioso, porque la velocidad de los raquetasos es de considerable consecuencias en caso de que no atinen a devolver el tiro, cosa que afortunadamente no pasó, como tampoco sucedió eso de leer los comics ya que eso de leer en la playa es funcional solo para las películas, porque es una bonita postal, pero ya que desafortunadamente yo no me dedico al cine y atrás de mí había un reñido partido de voley, preferí verlo completito, tan reñido estaba el juego y tan concentrado estaba yo en él, que no tengo la menor idea de cómo quedó el marcador entre las esculturales suecas y noruegas de 1.80 … de hecho, creo que tampoco podría decir si estaban jugando voley.
En otro de esos días de playa, fui invitado a un picnic, y entre los invitados había una guapa morena de profundos ojos verdes que llevó un kit de tarot, el cual utilizamos para enterarnos de problemas, soluciones y el futuro incierto de cada uno de los presentes. Ese tipo de cosas me divierten, pero les tengo mucho respeto. Siempre he pensado que si voy a una limpia, y si por algo me da risa y el chamán se molesta, me podría echar mal de ojo o algo terrible y para el tarot pudiera ser peor habiendo cuerpos celestes de por medio. Cuando me leyeron las cartas entre todo lo dicho, el resumen era que estaba teniendo problemas con mi personalidad. Detalle que me tocó el orgullo en demasía, tanto, que llegué a la casa y comencé a hacer cambios para dejar en claro que tengo una personalidad, ¿a quién debía de quedarle claro esto? a mí supongo. Reacomodé la sala y el comedor, conseguí un poster tamaño parabus de una película llamada ‘Chico & Rita’ que cada que lo leo me da risa tremendo albur colgado en la pared, compré una planta de plástico y un cojín rojo que dice ‘stay cool’ de un lado y ‘chill out’ del otro, puse bufandas palestinas a modo de bases, y además imprimí y armé figuritas de papel del chapulín colorado y del viejito de ‘up’, que ahora descansan en una repisa . Presto!, personalidad restaurada. Me sentí un poco mal por haber sido tan déspota y despertar mis dotes de dictador por no preguntar la opinión de mis compañeros de piso para los cambios, pero era cuestión de salud mental y no se podía esperar, no vaya a ser que quede medio tocadiscos y no me suba agua al tinaco.

Parte IV

Y aunque ya había salido de cuidados intensivos, mentalmente hablando, también hay que cuidar el físico por aquello de ‘mente sana en cuerpo sano’, para ello nada mejor que practicar algún deporte, que también existen los gimnasios, pero para mis pulgas le falta el saborcito que le da la competencia de un juego y le sobra olor a sudor encerrado. Dada la falta de equipo de futbol, la otra cosa que me gusta hacer es correr. Por la playa, por los bosques del Corserolla (sierra que confina a Barcelona), o por avenidas, y de vez en cuando en las llamadas ‘cursas’ (carreras). Corrí los 10 Km. de la carrera del corte inglés y los 10 km de la carrera de los bomberos. Lo relevante a decir es que al ser por las calles de la ciudad, uno se topa con salmones humanos de la tercera edad, o sea, unos viejitos que van dando bastonazos a grito de ‘a tomar por culo’ y abrise paso en contra de la corriente para ir quien sabe a donde, lo siguiente y más importante a destacar es que el trayecto incluye el estadio olímpico. Me llamaba la atención entrar, nomás’ por verlo, pero resultó toda una experiencia. Cuando te vas acercando al estadio, lo vas haciendo por una subida que pone a prueba los músculos (y para gente de mi edad, también los huesos, las articulaciones, los pulmones…), así que para cuando llegas a la entrada estás poco menos que derrotado, sin embargo sucede algo curioso, los demás corredores empiezan a gritar con mucho ímpetu y emoción, y justo cuando entras al túnel, el eco hace que los alaridos se magnifiquen provocándote una descarga de adrenalina que te eriza la piel lo suficiente, para empezar a gritar tú también y brincar de la emoción. Saliendo del túnel y con los gritos aún a tus espaldas, aparece el estadio en sí. Imposible no imaginarte a las tribunas llenas, coreando tu nombre y sentir un júbilo tremendo por estar apunto de ganar una medalla olímpica, tomar la bandera, levantar los brazos y soltar un par de lágrimas de satisfacción mientras agradeces a los fans, como también resulta imposible no recordar a Antonio Rebollo, disparando la flecha que encendió el pebetero en el 92, y sorprender a medio mundo con tal proeza. Una sensación pues, inolvidable.



Y uno no sólo corre por diversión y salud, también se hace para corretear hampones de la sociedad, ya que sucedió que saliendo de un antro donde se celebra algo llamado ‘Nasty Mondays’ (no digo más, el nombre lo dice todo), entre dos tipos atracaron al amigo con el que venía. Yo que iba en otro pasillo y distraído, vi pasar alguien corriendo, y justo detrás a mi amigo corriendo también –ya lo robaron- pensé, así que me arranqué para incorporarme a la persecución entre los pasillos del metro. El bribón dobló en uno para emprender la huída por una salida, y nosotros detrás, ahí yo rebasé a mi amigo, y de reojo noté que se cayó. Me llevaba unos buenos diez metros cuando ya habíamos salido del metro, lo perseguí unas dos calles, cuando noté que más adelante había tres tipos parados, por donde iba a pasar el ladrón. A lo Martinoli grité “!Agárrenlo que es ratero!”, y uno de los tres le ha pegado un patadón de miedo y literalmente pensé – ¡Ah cabrón!, que pinche patadota -, obviamente el ladrón de desplomó en automático, y para cuando llegué uno de los tres estaba esposando al carterista. Resultaron ser policías encubiertos, de película la escena.
Desgraciadamente esta es tradición también, los carteristas. Tengo ubicados al menos a 5 que veo diariamente en la línea de metro que tomo, y un día acusé a uno que estaba robando, cuando la policía lo retiraba del vagón, el tipo se volteó y me gritó “¡Eres un mierda! Te vamos a estar vigilando”… tranquilo no me quedé… pero bueno, espero no se acuerde de mi cara.

Parte V



Claro que correr tanto por deporte como perseguir ladrones, no sirve de nada si le siguen fiestas, que ya se han vuelto tradicionales en la casa. Siendo que tenemos una terraza amplia, amplia, amplia, resulta muy factible hacer fiestesitas variadas. Tuvimos una a destacar, la “anual cena de naciones”. No se necesita mucha imaginación para saber de que se trataba, pero si se requeriría de mucha para imaginar los platillos, y como no quiero abusar de la capacidad creativa del lector, mencionaré las viandas que cada uno de los presentes describió antes de empezar a comer. El menú fue:
De España: tortilla de patatas, Sarmorejo (parecido al gazpacho andaluz pero con trocitos de jamón serrano y huevo cocido encima) butifarra, y alubias con chorizo; de Uruguay: canelones con carne (no se escucha muy uruguayo, pero bueno…), de Chile: empanadas de queso, unos como buñuelos con pico de gallo y pastel de choclo (pastel de elote con carne); de Colombia: quesillo venezolano (la contradicción se traduce a flan), patacones y ceviche de camarones. De Korea: rollitos de carne mojados en salsa de Soya (no quise preguntar si eran de French-poodle), de estados unidos: ensalada de papa, de Venezuela; arroz con pollo; de México: tortas ahogadas, enfrijoladas y rollo de queso crema con ostiones y chipotle; de Argentina: empanadas de carne y pastel de carne; de Perú: yuca con salsa de queso; de Francia: arroz con champiñones a la roquefort y pastel de chocolate; de Panamá: Plátanos tentación (plátano acaramelado con canela).
Hay otras cosas que no pudieran llamarse tradiciones pero sí costumbres. Los viajes de fin de semana por ejemplo. Entre la proximidad de los países, los vuelos baratos, los trenes, y cualquier otro medio que te pueda llevar del punto A al punto B, se aprovecha bastante seguido.

En mi caso me uní al grupo que normalmente nos juntamos para rentar una camioneta de monjas y dirigirnos a Mónaco, con escalas en Montpelier, Niza y Cannes. Viajamos en plan hippie-fresita, me explico, íbamos a Mónaco, lugar donde no puede vivir cualquiera, sino que hay que pedir permiso, entregar cuentas de bancos al principado y cruzar los dedos para que te acepten, sin mencionar lo difícil que resulta en estos días conseguir muelle para el yate, pero comiendo tortas y atún. Nos alojamos en una casita prefabricada llamada ‘Watipi 99’ dentro de un laberíntico camping en un pueblo perdido entre las montañas en Francia, porque alojarnos en los puntos turísticos a visitar era impensable. De Montpelier no se puede decir mucho, pero de Cannes y Niza, sí. A mí me producía una emoción especial ir a Cannes y pisar la famosa alfombra roja, cosa que hice de una manera apresurada, porque ya era hora de partir y no había donde estacionar la monja-neta, así que fue bajarnos correr, sacar foto y volver a montarse… una lástima la rapidez, pero tampoco es que el teatro Lumière tenga mucho que verle, además de que en vez de anunciar el festival de cine, anunciaba la semana de la moda. Y de Niza, solo puedo hablar de lo orgulloso que me sentí al hacer gala de mi poco francés. Logré pues, entrar en una tienda y preguntar tres cosas indispensables. ¿Vende vino? ¿Se puede tomar en la calle? Y ¿tiene sacacorchos?. Como la respuesta a todo fue afirmativa, acabé bebiendo del vino tinto que nadie quiso probar (mejor, mientras menos burros más olotes) mientras caminaba por el paseo marítimo que bordea la Côte bleue.


Todo quedó bastante opacado, cuando llegamos a través de un túnel que es circuito de fórmula uno, a nuestro destino final. Mónaco.Ese pequeño lugar de escasos 2 kilómetros cuadrados, huele a dinero, bueno no, huele a billetes perfumados con Channel, porque yo estoy acostumbrado a identificar el aroma de los centavos, que huelen a fierrito y es muy diferente. ¡Cuanta pompa! ¡Cuánto lujo!. A este lugar se le resbala la crisis, la recesión, la revuelta árabe, los japos radiactivos y sus lagartijas gigantes… todo. Esta gente no creo que sepa que es la pobreza, carros ostentosos, joyas brillantes, yates monstruosos, en los cuales se puede llegar a ver hasta 10 personas atendiendo a una persona que está viendo una pantalla gigantesca con una copa champagne en la mano. Le sobra caché y glamour, y le falta humildad como para dejar entrar a un mortal como yo al casino de Montecarlo. Pero como no me podía quedar sin jugar en un casino, me abrí paso entre los abrigos de mink de las transeúntes, pedí el paso a un Ferrari Enzo y un Rolls Royce phantom, para llegar a un casino donde sí me dejaron pasar. Entré con la firme intención de gastar 5 euros completitos (a veces me sorprende lo temerario que soy…) y salí como todo un campeón, cargando en mi bolsillo 6,55 euros… se dicen rápido, pero no cualquiera puede decir que le desfalcó a un casino de Mónaco un euro y cincuenta y cinco.