Las pequeñas rutinas
Me acuesto y pongo el despertador a las 5:50 am.
Suena el despertador. Y eso molesta, no solo por el tititi-tititi-tititi, sino también por la sensación de no haber dormido más que un parpadeo, cierras los ojos en plena oscuridad y un segundo después los abres con el sonidito del despertador.
Presiono el siempre traicionero botón de snooze, por dos motivos, para quitarme el mal sabor de boca de la rapidez con la que pasa la noche sin darme cuenta, y segundo por que esos ocho minutos los utilizo para mentalizarme “…todo estará bien el día de hoy…”.
Para cuando suena por segunda vez el despertador, me toco la cara, no porque tenga miedo de que no esté ahí, sino para revisar la barba, si pica está ok, si está suave es hora de rasurar. Así que me baño, y me rasuro (dependiendo del análisis previo). Hago la cama (y mientras la hago casi puedo escuchar a mi papá y a mi mamá diciéndome que eso no es tender la cama, sino estirar sábanas).
Preparo el desayuno, y por ‘preparar’ habría que entender ‘elegir’. Ya que combino dos de los cuatro productos que tengo destinados a esta vianda. Pan con mermelada, cereal, galletas o valencianas (bollitos). Cualquier par de productos elegidos va acompañado de vaso de leche con café para ser sumergido en él (chopear pues…).
Me cepillo los dientes y mientras lo hago, salgo de la casa a llamar el elevador, no por su nombre sino por su botón, ya que el tiempo es oro y así cuando salgo de la casa ya está el elevador esperándome.
Agarro mis chivas (un paraguas, un libro, una agenda, todo dentro de una mochila), y salgo a la calle siempre perfumado y bien peinadito.
El metro que debo de agarrar es el que pasa a las 6:53 (Ni uno antes, ni uno después, lo tengo medido) de la línea azul en la estación Camp d’l arpa. Y es que si llego más tarde de las 6:53, me pega en la línea de flotación y me da comezón. Esto debido a que sé que soy distraído, pero no como otros que normalmente ocultan su imbecilidad detrás de {saberse} distraídos, como si eso fuera arreglar las cosas; este tipo de gente es la que atropella a alguien, y ese alguien les grita -¡¿Qué te pasa?!!¿No ves que está en rojo?! – Y el que se {sabe} distraído dirá- discúlpame es que soy distraído – y el atropellado responderá – Ah bueno, entonces supongo no hay ningún problema…que tenga un buen día – mientras se levanta con una pierna rota y trata de acabar de cruzar la calle. Yo me SÉ distraído, por lo cual debo de poner mucha atención en las cosas, para no cometer errores, y aún así van varias veces en que bajo una estación después. Esto de saberse distraído provoca manías y pequeños rituales, uno de ellos es el tren de las 6:53. En el trayecto del tren leo el libro en turno, de preferencia uno con capítulos cortos, para poder siempre acabar de leer en el final de uno, porque si no tienen capítulos, me valgo de comas o primeros puntos, o párrafos para cuando recomienzo la lectura, y eso me pierde un poco, me distrae.
Saliendo de la estación de metro agarro el periódico gratuito 20 minutos, que me da una señorita de lentes, vestida con una casaca amarilla y una gorra roja, que a leguas se ve le obligan usar y que odia. Siempre le digo buenos días y le sonrío, y ella ni contesta, ni me voltea a ver por lo que no se ha enterado de que le sonrío. Pasos más adelante agarro el otro periódico gratuito llamado Qué!. Ambos periódicos contienen básicamente la misma información, lo diferente es que uno trae un sudoku y el otro el horóscopo.
Llego a la parada del camión no. 21 donde normalmente el conductor es el mismo, un señor que me cae bien, saluda a todos, y con algunos tiene cierta amistad, y es que después de tomar el mismo camión todas las mañanas, la verdad es que te das cuenta de que siempre viajas con las mimas personas. A mí me toca viajar con el conductor amable, también con un señor mal encarado que siempre tiene sus audífonos puestos con los que marca su territorio, además veo a un viejito de barba que es más ansioso que yo, porque está balanceándose y moviendo la pierna sin parar (y no es Parkinson), y como el viejito tiene muchísima caspa acumulada en los hombros, muchas veces veo como con su movimiento hace nevar, una nevada muy personal obviamente. También hay otro de cuya existencia me enteré hasta que vomitó en el camión; nadie lo ayudó ni nada, solamente hicimos un círculo alrededor de él con un ‘iu’ en la cara. Después de ese evento lo observo, siempre está pálido y con gigantescas ojeras, yo creo que todos los días llega en vivo al trabajo.
Antes los observaba diariamente, para ver cuántos días se tardaban en volver a traer la misma ropa, o si siempre llevan los mismos zapatos. Pero después de un tiempo me aburrí y ahora leo los periódicos durante el trayecto, el cuál es suficientemente entretenido para ver el panorama por la ventana, ya que pasa por el World Trade Center, el cementerio de Montjuic, y el puerto, donde normalmente hay uno de esos cruceros de lujo.
Lo interesante de leer los periódicos, es ver como las noticias pasan de la portada entera, a mitad de portada, a segunda página, a mitad de la segunda, a la tercera, a un cuarto de la cuarta, hasta que desaparece, y detrás de ella ya viene alguna otra noticia que fue portada. Lo noté con lo de wikileaks, detrás de ello vino lo de Julian Assange y su delito sexual –lo cual encontré interesantísimo, al ver el desvío de atención del tema principal que eran las filtraciones de información hacia lo del delito, que dicho sea de paso era para reírse, porque de lo que se le acusaba era por haber tenido relaciones con pleno consentimiento de su pareja pero sin condón… ese fue su delito, no violación, no estupro, no acoso sexual…sencillamente falta de condón, con premeditación o sin ella- después de eso vino Túnez, después de Túnez mencionaron a Yemen, luego regresó brevemente wikileaks y Assange pero con la novedad de que querían imputarle pena de muerte, posteriormente vino Egipto, al día de hoy Egipto ya va en la tercer página y al momento del cierre de esta edición, Gadafi ocupaba la portada junto al número de libios que se ha zumbado . Y cuando no hay noticia lo suficientemente interesante para ocupar la portada, se pone fútbol, la imagen de Messi o de Guardiola usualmente.
Al llegar a mi destino arranco el sudoku antes de bajar del camión.
Llego al trabajo a las 7:45. Trabajo, y en el inter suelo mandarme mails de mi cuenta de gmail que uso en la oficina a la de Hotmail que es la personal para recordarme cosas que hacer.
A la 1:30 pm mis compañeritos se van a comer, yo no, porque tengo horario de practicante y salgo a las 2 pero sin hora de comida. Algunos de los compañeritos se quedan comiendo en la cocineta cerca de mi lugar, y esa es la peor hora del día para mí, porque me llegan los olores de lo que están comiendo, y cual perro pavloviano, se me hace agua la boca por media hora hasta mi salida.
Capítulo 2. La vuelta
Para regresar a mi casa camino hasta la parada del camión, y a mitad de ese trayecto está un tipo vestido chamarra negra de cuero y lentes Ray-Ban, tocando la guitarra a cambio de monedas y aunque soy muy sordo musicalmente hablando –y físicamente un poco también-, me parece que lo hace bien, normalmente canta canciones en inglés, y muchas veces me da la impresión de que no lo hace por dinero sino por puro gusto.
Ya en el camión empiezo a hacer el sudoku, el cuál en pocos minutos o resuelvo o me equivoco (normalmente porque el sudoku está mal diseñado) o me desespero y lo tiro. El camión se detiene en varios lugares pero se llena en dos paradas, la primera es una escuela que puedo adivinar es de computación, porque suben unos adolescentes con la camisa abotonada hasta el cuello, de lentes grandes y hablando apasionadamente de dragones y de poderes mutantes. La segunda parada, es en otra escuela, pero esta me da la impresión de ser de puros rebotados o niños problema, porque los que suben llevan la gorra de lado, chamarras amplias y con actitud de estrella de hip-hop, estos normalmente hablan de las tonterías que hicieron durante el día. Ya lleno el camión, lo siguiente a destacar, es una parada que se realiza frente a un edificio llamado ‘La campana’. Ahí se sube una mujer a la que he apodado ‘la novela de las 2:30’. Es una mulata proveniente de cuba, que por alguna razón entra siempre hablando con más decibeles que los demás, por lo tanto te enteras de su vida. Que si la dejó el novio, que si le recomendó a la vecina que no hiciera esto o aquello, que si ya regresó con el novio, que si conoció a alguien, que si fue a bailar salsa, que si se tomó un mojito, que si se pintó el pelo, que si odia a una en el trabajo, que si tiene que lavar ropa, que si es alérgica a todo…y como en toda novela hay capítulos buenos y otros de rellenito que no interesan (pero que no puedes dejar de oír por los casi gritos que da), y hay otros que no sabes a cuento de que venían, como una vez que empezó a contar sus preferencias por ciertas páginas del kamasutra, o su gusto por las bolas chinas, dildos y otros juguetes del tipo, de su liberalidad en esos menesteres pues, ese día yo no era el único que escuchaba la novela, el rating estaba disparado.
Para cuando tengo que agarrar el metro ya es hora pico y por tanto dentro del vagón no queda vestigio de tu espacio privado, mucho menos del personal, así que antes de entrar me persigno, levanto la mirada al cielo (bueno, al techo de la estación) y me encomiendo a todos los santos, pidiéndole a Judas Tadeo dueño y señor de las causas perdidas, que en el apretujerío, no me toque estar pegado a uno con mal aliento, que huela a rancio, o a ese olor de cebolla acabada de picar proveniente de una axila. Porque aunque puedo respirar por la boca, se me acaba secando y hay que hacer uso de la nariz.
Capítulo 3. La tarde
No tiro la puerta a patadas porque tengo llave, pero a las 3:30 que llego a mi casa, tengo tanta hambre, que me dan ganas de hacerlo.
Cocino la comida, y por ‘cocinar’, la mitad de las veces debe entenderse, ‘calentar’. Esto porque tengo latas de comida prefabricada (que saben mucho mejor de lo que se escuchan) o pizza o quiche, todo lo cual adecuo generalmente con cebolla frita, sal y pimienta. Y ya sea que cocine cosas más elaboradas (desde pasta a la carbonara hasta berenjenas rellenas) ó utilice alguna de las latas; una ensalada con aderezo de aceite de oliva, vinagre y una cosa llamada milho (crutones pulverizados que nos hizo favor de olvidar en la casa un brasileño) acompañan el plato. Invariablemente debo de comer con un tenedor pequeño que nadie más usa, y esta obsesión de comer con cubiertos pequeños, me viene desde que vi aquella escena de ‘Inglorious bastards’ donde el impecable Christoph Waltz encarnando a Hans Landa, come con voracidad un strudell de manzana utilizando un tenedor ridículamente pequeño.
Para cuando termino de comer, lavar los platos y cepillarme los dientes, ya solo queda tiempo de revisar mails antes de partir a la escuela. Aquí sucede algo raro, mi correo personal que dice “Bandeja Pollo” tiene en mensajes recibidos “mail de Jaime Rodríguez” (mails que yo me había mandado desde el trabajo)…. El que ‘Jaime’ le escriba a ‘Pollo’, estoy seguro de que en algún punto va a dañar mi psique, ya que se asemeja a aquello de Alicia, donde al crecer mucho después de haber mordido una galleta y no verse los pies, se plantea la posibilidad de mandarle una carta a su pie izquierdo.
Después de ese lapsus, parto a la escuela, normalmente caminando entre 40 – 50 minutos, dependiendo de la ruta que tome, porque trato de cambiarla para curiosear en otros barrios.
En una de esas caminatas encontré una carpeta de flores, que decidí llevarme para ver si contenía algo que me pudiera servir. Resultó que solo había hojas y una libreta. La libreta la pude haber usado y lo demás tirado, pero una de las hojas tenía un nombre ‘Michel Weiss’. Se me ocurrió entonces que el nombre como el de la Pfeiffer, una carpeta de flores y el que yo la haya encontrado en Barcelona, solo podían significar una cosa. Una historia de película donde buscaba a la dueña de la carpeta, la cual resultaba ser muy guapa, y me invitaba un café para agradecerme, y me daba su teléfono, y salíamos a un bar y etc...etc…vivieron felices por siempre.
Me imagino que el sector de los detectives privados, ha de estar en decadencia, porque me fue sumamente fácil dar con Michel. Facebook. El perfil era privado, y la foto de perfil no decía mucho, pero le mandé un mensaje diciéndole que había encontrado su carpeta y que no tenía problema en regresársela. Me contestó que muchas gracias y propuso que nos viéramos en el lugar que la había dejado olvidada.
El imaginar que iba a ser muy guapa estaba bien, pero lo más probable era que me topara, con una fea, o gorda, o sucia, o bizca, o dientona, o una freak, o una emo, o una darkie, o en fin, una mujer como quiera que pudiera ser, y aún bizca era probable que entablara una pequeña conversación con ella después de tanta coincidencia. Me imaginé todo. Todo, menos el tipo igual o más peludo que yo que se proclamó dueño de la aflorada carpeta. Me dio la gracias y me preguntó que si me sentía bien. No, no me sentía bien, la decepción se estaba trasformando en lo que mi cara delataba como una ira incontrolable que se estaba apoderando de mí; afortunadamente el tal Michel se fue antes de darle “un rodillazo bien fuerte, que lo sofoque” como habría dicho Reina Acuarela.
Salvo aquel día, llego de muy buen humor a la universidad, donde tienen la calefacción a tope, y para mis pulgas y mi termostato, es insoportable, por lo que en el salón de clases me siento al lado del aire acondicionado. Este detalle se convierte en una cordial batalla diaria con mis compañeritos de clase “Pollastre – pollo en catalán – bájale al aire acondicionado que hace mucho frío”, otra veces porque hace mucho ruido, otras que le ponga más intensidad, algunas otras los compañeritos no lo quieren pero el profesor sí, y así sin querer, me convertí en operario del aire acondicionado.
Los jueves después de clases algunos de nosotros vamos por una cerveza o a cenar algo, el resto de los días caminamos a la estación de metro, pasando al lado de la torre Agbar, la cual de día no se pudiera decir que es bonita pero tampoco fea, sin embargo a las 10 pm, cuando normalmente pasamos por ahí, el edificio está iluminado, y entonces el diseño de Nouvel, se vuelve realmente espectacular, los azules y los rojos brillan radiantes haciendo parecer al edificio un holograma.
Capítulo 4. Fines de semana.
Algunos viernes nos juntamos un pequeño grupo de mexicanos, que nos conocimos a través de la página del consulado mexicano en Barcelona. La primera vez que nos conocimos y que empezamos a hablar de nosotros mismos, el primero en hablar fui yo. Y pues bueno, di datos generales de mí, y agregué “…y estoy estudiando una maestría en administración…”, lo dije como muchas otras personas lo hacen, como no queriendo la cosa, como presumiendo sin presumir, no como pollo, sino como pavorreal que se sabe importante y se mueve elegantemente, con humildad fingida. Yo no sé que hacía demostrando mi orgullo tan efusivamente si nunca lo hago, pero todavía me di el lujo de agregar: “¿y ustedes?”. El primero dijo estar estudiando nuevas tecnologías aplicadas a los medios audiovisuales, el siguiente una maestría en sistemas operativos de redes, la siguiente un doctorado, y el último remató con un postdoctorado en ciencias para entender y tratar de curar el Parkinson mediante una nueva línea de experimentos e investigación. Abruptamente pasé de elegante pavorreal, ni siquiera a pollo, sino a corriente pichón de iglesia. Me sentí como entre la multitud en un partido de futbol, rodeado de gigantescas banderas, grandes luces, gente pintada y gritando para hacerse notar, y yo sentado con un pequeño banderín.
Obviamente ese sentir ya pasó, y hemos pasados noches, si no locas, sí divertidas, porque es bueno encontrar gente que entienda tu humor, que entienda por ejemplo un ‘provecho’ después de haber ofrecido chorizo ibérico.
Los sábados en la mañana pongo la lavadora en el ciclo número 1, no en el 8, porque se atora. Mientras que la lavadora hace lo suyo, voy al super. Normalmente compro lo mismo, pero ha resultado ser una actividad que disfruto mucho.
Después de comer y colgar la ropa, salgo a caminar toda la tarde. Llego a caminar hasta por 5 horas. Por aquí y por allá, en zigzag entre calles, en líneas rectas, hacia el norte, hacia el sur. No importa, todo es nuevo. Cargo siempre con la cámara, que dista mucho de ser lo profesional que a mí me gustaría que fuera, pero que cumple sus funciones. Me ha dado por fotografiar arte urbano (o vandalismo social, como quiera verse), y es que después de ver el documental de Banksy, ‘Exit through the gift shop’, todo ese tipo de cosas me llaman mucho la atención.
Los domingos limpio la parte de la casa que me toque limpiar esa semana, y me voy a Sant Cugat, para comer con la hermana de mi abuela que anda por aquí y el resto de la tropa. Estas comidas las disfruto mucho, porque al final es familia que realmente nunca había conocido, y da gusto convivir con ella.
Ya de regreso en Barcelona, hago alguna tarea o estudio lo que tenga que estudiar.
Me acuesto y pongo el despertador a las 5:50 am.
Suena el despertador. Y eso molesta, no solo…