Parkes
La electricidad y yo, por alguna razón, no somos muy buenos amigos. Cabe recordar cuando en la ‘Dolce vita’ casi me quedo pegado al cortar un cable con un cuchillo. Y ahora en el departamento, por poco y me vuelve a pasar lo mismo. Se fundió un foco de mi cuarto y me dispuse a cambiarlo. El primer inconveniente, fue la altura del techo. Con una silla no llegaba, y aunque busqué por todos lados para utilizar otra cosa que me ayudara a cambiar el foco, no encontré más que otras dos sillas. Así pues, formé una pequeña pirámide de tres sillas, y me encaramé en la cúspide. Ahora sí, ya estaba a la altura de la circunstancia para hacer la maniobra, aunque la poca luz que se alcanzaba a colar por la ventana y otra poca del pasillo no iba a ser suficiente; pero si cambiar un foco no necesita mucha ciencia, mucho menos iluminación.
Forcejeé un poco con el foco fundido, cuando de repente un tremendo chispazo, iluminó mi cuarto por unos breves segundos con un sinfín de chispas y dejó todo el departamento a oscuras. Si no me hubiera asustado, hubiera pensado que hasta se veía bonito. Carlos, el colombiano con el que vivo, salió de su cuarto preguntando que qué había pasado (supongo, escuchó el chispazo), más o menos le expliqué mientras él manipulaba los fusibles. Cuando pudo hacer que regresara la luz al resto del departamento, solamente atinó a decir -¡ah carajo!!ah carajo!- con su acento colombiano y recomendándome que hiciera esas maniobras al día siguiente con luz de día y bajando todos los switches.
Salí airoso entonces de mi segundo enfrentamiento con la electricidad, y un cablesillo pelón que cuelga en mi habitación, es testigo de dicha contienda.
Como ese día estuve muy alegre por seguir vivito y coleando, no me negué a las cervezas que propuso un compañerito de la maestría después de clases. Ya instalados en el bar, se pidió la primer ronda de cervezas, y la conversación acabó girando alrededor de diferencias culturales. Y si uno piensa que eso se escucha muy intelectual, habría que pensarlo dos veces. Porque el tema era los diferentes piropos, dichos y diretes en cada unos de los países. Los panameños nos enseñaron que cuando una pareja va por la calle agarrados de la mano se les grita: “Quiubo mami ¿paseando al perro?”. Y los españoles destacaron con una joyita: “!que no me entere yo, que ese culo pasa hambre!”. Entre esos, la sopita de algas y las calabacitas tiernas, se acabó concluyendo que en Europa gustan más las nalgas, y que en América las bubis (y en los países musulmanes serán los ojos, porque con el burka encima, no se ve nada más). Un intercambio cultural como ya dije, de altísimo nivel.
Al día siguiente fui al parque Guell, donde se puede apreciar mucho del trabajo de Gaudí y con la intención de ver tocar a Lalo (compañero mesero de trabajo, que es músico) al cual no encontré. La verdad es que el parque es bastante bonito, sobre todo la explanada principal donde está la famosa lagartija, la abundante vegetación y las veredas que te pasean por todos lados, la casa de Gaudí y un pasillo que a mi en lo particular me llama mucho la atención por que simula una ola.
Con todo y todo decidí darle una oportunidad a Gaudí de reivindicarse como arquitecto y no como un degenerado. Así que visité otro parque, para ver si se encontraba en una situación similar, es decir un terreno empinado. Fui al parque de la ciudadela. El cual a simple vista parecía bastante normal. Caminando por su interior me topé con unos árboles de mandarinas, de los cuales colgaba el fruto naranja. “Que poético” pensé, y hasta tomé una para comérmela en una banca y completar el cuadro. Lo poético se acabó rápidamente al comerme el primer gajo, aquella cosa era lo más agrio que he comido en mi vida, más inclusive que un xoconostle verde y con mucho limón. Caminé pues con la boca encogida por lo agrio, a buscar algo con que quitarme el mal sabor. En el trayecto, pasé al lado de una escultura de un mamut “que raro – pensé- ¿a cuento de qué hay una escultura de un mamut aquí? “, pero no acabé de ponerle mucha atención, porque lo que me urgía era quitarme la sensación a agrio en la boca. Encontré un pequeño café, en el cuál pedí un cortado que me tomé casi de un sorbo.
Aquel paraje que más que parque, parecía cajón de sastre, me dejó pensando muchas cosas, imaginaba por ejemplo que cada vez que se tenga que colocar alguna escultura regalo de alguien, y que no se sepa donde colocar, sin lugar a dudas iba ir a parar ahí. Total, habiendo tanta diversidad de cosas ¿Qué más da poner algo más sin ton ni son?