Hoy escribiré acerca de la ida a León. Podrán preguntarse; "¿por qué avisa de lo que va a escribir?". Es que me emociona un poco que esto que se ha convertido en un diario peronal (público), de repente regrese a sus raíces, que eran justamente mis andanzas por el mundo. Andanzas que por cierto se acabaron muy rápido, pero bueno.
Fuimos a León, pues. Gracias a Fido, obtuvimos un jugoso descuento en el Fiesta Americana que fue nuestra humilde morada. "Que 'ferencia..." que dijo Chava Flores. Tan sólo recordar en la clase de pocilgas en las que me he albergado sólo porque decían hotel en la parte alta, hasta me dan ñañaras. Ahí está aquella vez que no pude usar el baño por haber en su interior una cucaracha que a primera vista parecía un perro. Lo tuve que clausurar porque las cucarachas no se distinguen por ser carnívoras, pero un ejemplar de ese tamaño, dudo mucho que se alimente sólo de basura, y el peligro potencial que representaba entrar al baño (siendo yo carne y estando más abajo en la cadena alimenticia) no lo iba a correr.
Acá hasta me di el lujo de remojarme de P a Pa con un baño de tina. Un poco carrereado, porque ya era tarde y había que ir tomar, no que sea obligación ciertamente, pero había que hacerlo.
Fuimos al panteón Taurino, uno de los bares más pintorescos de León en compañía de las amigas de Everardo, las cuales superaron las expectativas en número, ya que nos superaban en una proporción de tres a uno.
De ahí pasamos a la Feria, dirctamente al antro, nada de estarse parando a ver pabellones, ni novedades chinas, mucho menos hacer algo tan indispensable como comer (ya que cabe destacar que ninguno había comido ni cenado). Se bailó, se tomó. Algunos bailamos más, algunos optaron por tomar más.
Después de algunos dimes y diretes con un borracho, la cosa realmente se acabó y todos nos fuimos a descansar.
Al día siguiente los que tomaron de más, estaban batallando con las funestas consecuencias de haberlo hecho.
En cambio los que bailamos, preparamos el café que tan gratuitamente da el hotel y fuimos a desayunar unos huevos aporreados (revueltos a final de centas) y a tomar unas refrescantes micheladas. Micheladas por cierto de unas proporciones de partido llanero de fútbol en domigo.
Ahí, en la tertulia que acompaña a unas micheladas, se formalizó una c0ntienda amistosa entre uno de mis compañeros, y su servidor. El punto era una niña llamada Karla Romo. De ojos pispiretos, amable, atenta y elocuente. Alguien así, aunque no cuadre con los estandares de calidad de cada quién, hace que te resulte agradable su compañía.
Hacía rato no me reía tanto, y es que la contienda amistosa dejó el fair play a un lado y comenzó a permitir codazos y rodillazos.
Everardo por supuesto, se plantó como referee de la disputa, llevando una ferrea puntuación. Al final se me declaró perdedor al emitir un comentario de tipo 'cultural' que todos piensan que saco de clubcultura.com (página que recomiendo harto) pero no, y es que en la tele, apareció Germán Robles, y se me vino a la mente aquel programa de 'Con un nudo en la garganta' en el que se habló de Cepillín. Recordé (y lo que fue peor aún, comenté) que el maquillaje de Cepillín se lo debe a Germán, ya que este lo utilizaba para su mímica. Obviamente no estoy hablando del set de pintura, sino de la forma en que se pintaba la cara.
"Perdiste cincuenta puntos mi gordo" que gritó al anunciar mi derrota, y ante la mirada de "¿que pedo con este güey?" de los demás presentes.
Lo que voy decir les puede parecer como patadas de ahogado , pero la verdad, sí, la niña muy bonita y el resto que ya escribí, pero el tapete lo dejó en su lugar.
Mi tapete se sigue agitando todavía después de un mes, a través de la tecnología de mensajitos. Cosa que lejos de molestarme, me tiene contento.
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