Porque los pensamientos no se leen, primero se escuchan, luego se escriben, y entonces sì, se leen.

domingo, febrero 05, 2006

Algoritmo de un día


La mente es graciosa.
Tiene detonantes que desencadenan un sin fin de pensamientos.
Se juntan varias cosas, y de pronto te encuentras en el pasado, escarbando para rescatar algún recuerdo perdido, o creando alguno nuevo.
"Las puntas mojadas son un clásico" dijo alguna vez Chimes.
Si, hacia tiempo que las puntas de mis zapatos no se mantenían horas mojadas, sin importar donde estuviera.
Luego vienen los sueños, puerta de un subconciente que no hace otra cosa que pensar en algo que no debería ser su ámbito, el del pasado. El inconciente hace poco, y el conciente se altera lo suficiente como para nublarse y pensar solo en eso, vívidos momentos que no han de volver y que de vez en cuando parcen fantasía sacada de la vida de alguien más.
Los sentidos se abren, y pareciera que de pronto todo lo que te rodea es un recordatorio puntual de aquellas épocas.
...I saw your face in a crowded place...
...its time to face the truth, I will never be with you...

El infernal sonido de la alarma del celular te despierta. Tu roommate tiene su día off, y observas con envidia la escena del plácido abrazo de Morfeo. Piensas seriamente en tomar un zapato y lanzarselo a la cabeza o por lo menos despertarlo con un mal pretexto. Ríes por debajo ante la idea.
Te bañas, sin temor a que se acabe el agua o que no haya agua caliente, y hasta te puedes dar el lujo de dar un buen trago directamente del chorro.
Sales del flat mientras observas a algún desconocido dormido en la sala entre latas de cerveza Fosters. No te extraña, suele aparecer gente en la sala, conocido de un amigo de un primo que se conoció en una fiesta brasileña la noche anterior.
Caminas por la calle de casas pequeñas, retacadas de ladrillos y retacadas una al lado de otra.
Percibes el olor de algún Greggs cercano.
Chispea, como siempre chispea; esa clase de gotas que parecen no caer sino levitar alrededor de todo.
Tomas el periódico del metro, que te informa de cosas mundanas de la vida londinense, y te internas con muchos otros al tube.
Es agradable, el que un lugar tan público pueda llegar a ser tan silencioso. Todos los ingleses van callados, leyendo, meditando quien sabe que, los que hablan son por lo general chinos, arabes o latinos.
Acabas de leer el periódico, y lo dejas en el asiento para que alguien más lo tome en la siguiente parada. Te entretienes contando las marcas en el vidrio de grasa de pelo, dejadas por la gente que se quedó dormida mas atrás en el trayecto.
Tu parada llega y sin preocupación te paras, ya que sabes que los que se bajan salen primero, y después con toda la educación del mundo, los que viajarán, se suben.
Sales de la estación, entre los sonidos de un altoparlente gangoso que no para de repetir "mind the gap".
El trabajo te espera.
Tomas un café, lo más lento posible, a sabiendas de que será el único momento del día donde puedes estar sin hacer nada más, sin pensar nada más, sin estresarte nada.
El bullicio comienza.
La palabra busy, sale de cada uno de los empleados como una muletilla. No queda tiempo para decir algo más, a veces regaños distantes llegan a tu mente, haciendo poca mella y solo con la finalidad de ser más rápido, siempre más rápido, casi, casi, robótico.
De pronto, todo se detiene, tu shift acabó. Seis, siete, ocho y a veces diez horas de tu vida, se fueron tan rápido como llega tu paga en un sobresito café, relleno con billetitos multicolores con la imagen de la reina y unas pesadas monedas.

Agobiado por el ajetreo del día en el trabajo decides ya no tomar el tube, sino el bus. El 14 o el 22 de preferencia, que tienen la ruta más linda.
Arriba y hasta el frente, para ver como se proyecta la ciudad en la ventana. Por ella desfila Fulham, El estadio del Chelsea, múltiples lugares que decides ir a conocer algún otro día, diferentes pubs que te invitan a bajarte y tomar una pinta, Kings Road, Harrods, el Ritz, los taxis negros.... y a lo lejos, Eros.
Caminas las cuadras que te faltan, no sin antes haberte enamorado tres o cuatro veces, y te encuentras en esa gloriosa esquina del mundo. La gran pantalla de coca, Lilie Whites, la fuente de Eros y un poc más allá Leicester Square.
Te metes a Virgin queriendo comprar todo y saliendo sin nada.
Das una vuelta por Soho, para ver si en el backstage de algún teatro te toca ver algún famoso.
Piensas en recorrer Regents Street e ir a Carnaby a babear a las vitrinas de las tiendas, pero mejor te diriges a Leicester Square.
Ahí están todos esos artistas frustrados, abaratando su talento en tontas caricaturas para turistas, sientes envidia y pena. Los grandes cines te miran desde arriba y protegen aquel cuadrado de sazón artístico y alfombras rojas.
Llegas a Covent Garden, donde hay mucho de nada. Ingenio callejero, artículos ridículos, una carreta de magia, un ambiente ligaro y esa extraordinaria fragancia como de jabón comestible. Irremediablemente piensas en Camden Town, y te da un poco de coraje que esté tan lejos, tan allá con su comida, sus olores, sus tiendas y su ambiente.
El vibrador de tu celular te trae de regreso a la realidad, y un mesaje en la pantalla anuncia que tus amigas van a estar en el bar barato de Wimbledon para tomar unas cuantas pintas, o simplemente para comer el chocolate fudge cake tan exquisito que preparan ahi.
Para ahorrar tiempo, vas a Waterloo, y tomas el tren a Wimbledon, cruzando los dedos de que el paso esté libre al llegar allá.
Sonríes porque está abierto, y pasas de largo al monumento cubo-botero de las dos chicas a la entrada de la estación.
El bar te recibe como siempre, sin música, con cantineros diferentes de los de ayer y mucha gente mayor disfrutando de guiness.
Que aconteció, como, cuando, donde... es lo que se discute en el grupo, mientras tomas la pinta y comes el pastel.
Una campana anuncia que ya no habrá cerveza.
¿Nandos o Kebabs? ¿que cenaremos? !que dilema!
Llegas a tu flat con hambre, porque como simpre no había suficientes pounds en el bolsillo.
Preparas lo que ya se ha convertido en tu dieta diaria, pasta-a-lo-que-haya.
Llegan tus flatmates, y uno a uno va agarrando calor gracias a los heaters.
Uno a uno, te cuentan su día, sus inquietudes, sus temores, sus planes, sus ideas, sus vidas en general.
A lo mejor no hay mucho que contar, y por desición unánime se decide apagar la tele con sus paupérrimos programas ingleses y poner una película que alguien acaba de adquirir, generalmente acompañada con alguna botella de vino tinto o blanco, sacada a escondidas de algún restaurante donde labora alguno.
Uno a uno se van quedando dormidos o se van a hacerlo.
Otro día se acaba, y ves por última vez el tiradero del cuarto, los diferentes recortes en la pared y escuchas tu último pensamiento "Recuerdos, nada más que recuedos".