En Grosvernor (conocido casino de mala muerte de South Kensington), llegué a ganar lo suficiente en la ruleta como para comprarme mi camarita de fotos que tanto me gusta, eso sin mencionar que salíamos bien cenados gratuitamente.
Ahora que fuimos con la misma idea a la nacionalmente famosa cantina 'Feria de San Marcos', para enriquecernos en el casino, y meternos en los bolsillos lo necesario para el ya muy pensado viaje a Acapulco (que comenzó invitando a las chapanecas, y que ahora se cambió a Vallarta y sin chapanecas), acabó por ser de lo primero un bello recuerdo de lo que sucedió en lo segundo.
Llegamos demasiado temprano al casino, por lo que nos quedaban seis horas por delante que matar. No se nos dificultó nada vaciar una pata entera entre tres en el transcurso de dicho tiempo.
Para cuando llegamos al casino, cosa extraña, nos sentíamos un poco mareados. El dinero salía de los bolsillo, de las carteras, de las botas, de los zapatos, de los brasieres. Nunca había visto a tanto mexicano despilfarrar algo que por lo general no nos sobra.
Cuando mis sentidos ya habían vuelto en sí, tuve la sensatez de retirarme en tablas, y así poder salir los dos restantes fines de semana del mes.
Fuimos a cenar antes de ir a dormir, y desgraciadamente para mi que me deleita comer, caimos a unos tacos que solo puedo calificar como 'gachos, bien gachos, de hecho los más gachos de la historia de los tacos'. Sobre todo, porque Gustavo (nombre del puesto, y supongo del taquero), a decidido revolucionar la industria de la comida chatarra al agregar dos ingredientes más a la tortilla y la carne. Puré de papa y frijoles. Que cosa más pinchurrienta.
El mal sabor de boca me duró incluso aún dormido en el coche.
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