Hay muchos recuerdos detrás de una foto. Les podría hablar pues de aquel día en que esa foto fue tomada, pero no, prefiero recordar la historia del saco que traía puesto, porque justamente que vi a Annie y Paloma este fin de semana y entre tanto chal recordamos aquel saco.
En aquellos tiempos, todavía usaba la poca ropa que había llevado de San Luis, y básicamente no había comprado nada, y no solamente me estoy refiriendo al ámbito textil, se extiende también y por ejemplo al campo de las tónicas para el cabello como el shampoo, que bien recuerdo compré hasta después de tres meses por lo cual mi pelo tuvo que sufrir ser lavado a base de barras de jabón.
Pero bueno estábamos en lo del saco. Y es que uno por la calle no podía evitar observar a los demás transeuntes e invariablemnte descubrir personalidades, características o simple elegancia y gracia al vestir, para después observarse a uno mismo y percatarse con horror de que en realidad la vestimenta propia no es otra cosa que el resultado de una necesidad, vestir. Nada de capricho, ni vanidad, vil instinto de supervivencia. Es ahí cuando uno se detiene y dice "Yo quiero un saco".
Recuerdo entonces haber recorrido Primark de arriba-abajo, sin encontrar la pieza deseada. Después de ello, me dirigí a Camden Town, y ahí sí encontré uno. Un saco de terciopelo morado bellísimo, colgado entre muchas otras cosas en una tienda de segundas de los 70's. Como todo en ese tipo de tiendas, sabes que es usadón y viejo, y que sin embargo y de alguna forma misteriosa está entre tus manos sintiéndose nuevo aunque con un extraño aroma añejo.
Me lo probé y me miré al espejo. En palabras de Jenny-bestia-putrefacta "!¿Cuando, señor, se iba a ver a un pollo de calzones arremendaos con un saco de ciertopelo púrpura?!". Me lo llevo puesto recuerdo que pensé, pero desgraciadamente la idea de pagar 25 libras, me hicieron cambiar la percepción de él y convencerme de que en realidad me quedaba apretado. Dejé el saco de tercipelo morado colgado donde lo encontré, y salí de la tienda con las manos en los bolsillos y pateando piedras por la banqueta.
Pasaron los días, y la frustración de no tener un saco y por lo tanto un símbolo de independencia sobre los hombros, crecía. No fue sino hasta que en una de mis caminatas al trabajo, y sobre unos arbustos, brilló ante mis ojos un saco gris. Me lo puse sin vacilar, y es que hay muchas cosas en buenas condiciones que la gente tira; los inumerables paraguas que hallé, la gorra, el gorro, el cinturón, la bufanda, los libros, los juguetes (bueno esos técnicamente no, ya que estaban en bolsas destinadas a la caridad, pero en la calle al fin).
Estaba impecable, supuse algún desplante de borracho durante la noche, australiano jugador de rugby quizá, por que el saco me quedaba bastante grande. Me cubría por completo las manos, y casi me llegaba a las rodillas. Orgulloso de la serendipia de aquel día, se lo mostré orgulloso a mis amigas en el bar barato donde generalmente nos juntábamos a tomar cerveza y comer chocolate fudge.
Usé aquel saco de traje por mucho tiempo, y para distintas ocasiones. Llegó el día en que tuve que empacar ya que me despedía de aquella vida, y en un arranque de sensatez (o pendejez), decidí dejar el saco fuera de la maleta "Está grande, se me ve mal". Y lo dejé abandonado en la casita de Putney high.
Hoy sin embargo veo la borrosa foto, y me pregunto ¿porqué dejé mi saco?
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